El escritor oculto

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

La impostación de la verdad

Cada obra de Roman Polanski es una lección de perspicacia cinematográfica a cargo de uno de los más grandes maestros del séptimo arte, creador de un andamiaje verdaderamente revolucionario. Sus trabajos de las décadas del ‘60 y ‘70 abrieron caminos que luego serían transitados por una infinidad de colegas a nivel mundial. El influjo de sus “marcas registradas” resulta inabarcable: los aportes van desde la sensación de claustrofobia y la tensión sexual, pasando por el humor corrosivo y la picaresca crítica, hasta la parodia sutil y esa eventualidad trágica convertida en eje de la narración. Después de la modesta Oliver Twist (2005), aquel cariñoso homenaje a la infancia en la tradición de Piratas (Pirates, 1986), hoy regresa al thriller siniestro símil Alfred Hitchcock con un elenco magnífico que incluye participaciones de Eli Wallach, Tom Wilkinson, Timothy Hutton y James Belushi.

El Escritor Oculto (The Ghost Writer, 2010) combina de manera magistral elementos tan diversos como una investigación bibliófila modelo La última Puerta (The Ninth Gate, 1999), los pormenores del poder político de Barrio Chino (Chinatown, 1974) y un entorno cerrado que recuerda al contexto de asfixia psicológica en el que se desarrollaba Cul-de-sac (1966). Para aquellos que no lo sepan vale la aclaración: el “fantasma” del título proviene del argot anglosajón y se refiere a un “negro literario”, una persona a la que la editorial contrata para redactar textos que a posteriori se adjudican a otro, ese cuyo nombre impregna la portada y que en realidad nada tuvo que ver con el producto final. Polanski lleva los términos al extremo de ni siquiera asignarle un seudónimo al personaje de Ewan McGregor, un escritor profesional especializado en “autobiografías” de figuras públicas.

Así el atribulado protagonista acepta sin demasiado entusiasmo dar forma definitiva a las memorias del ex primer ministro británico Adam Lang (Pierce Brosnan) para su próxima publicación. La paga es generosa pero los detalles alrededor de la faena son un tanto tétricos: su predecesor murió en un extraño accidente al caer de un ferry, para acceder al manuscrito anterior debe mudarse a la mansión que el antiguo dignatario habita en una remota isla de Estados Unidos y como si esto fuera poco casi en simultáneo se desata un escándalo gigantesco cuando acusan a Lang de “criminal de guerra” por entregar a la CIA prisioneros sospechados de actividades terroristas para ser torturados en busca de información. Sin saber en quién confiar, el biógrafo pronto descubre la dinámica entre Ruth (Olivia Williams), la esposa de Lang, y Amelia Bly (Kim Cattrall), su asistente y amante…

El film está basado en el bestseller del 2007 El Poder en la Sombra (The Ghost) de Robert Harris. Todas las similitudes entre el mandatario de ficción y el genocida Tony Blair son más que coincidencias: de hecho, el mismo Harris fue un colaborador de Blair hasta la invasión a Irak y en repetidas ocasiones ha manifestado que el personaje es una traslación del devoto socio de George W. Bush. En el guión firmado por el autor y el propio Polanski encontramos numerosos interrogantes en torno a las medidas de los gobiernos de los países centrales, los estatutos de derecho internacional y la influencia de determinados asesores en la construcción del perfil de los jefes de estado. En un análisis acerca de la justicia que involucra muchas variables, la película hace foco en los vínculos del régimen inglés con la Agencia Central de Inteligencia en función de cooptaciones tan peculiares como oportunas.

Por supuesto que otra posible lectura es la que nos reenvía a la vida personal del director, conexiones irónicas siempre premeditadas: pensemos sino en el asesinato de Sharon Tate en manos del clan Manson y Macbeth (The Tragedy of Macbeth, 1971), el episodio de pederastia y Tess (1979) o su infancia en el Gueto de Cracovia y El Pianista (The Pianist, 2002). Siendo él un eterno prisionero en Europa incapaz de volver a los Estados Unidos, coloca en el corazón de su último proyecto a un hombre imposibilitado de abandonar suelo norteamericano en pos del viejo continente, según la jurisdicción de la Corte Penal de La Haya. Con un espíritu cercano a El Ocaso de una Vida (Sunset Boulevard, 1950) de Billy Wilder, aquí el cineasta ofrece rigurosidad y elegancia en un retrato sarcástico del campo secreto de las mentiras masivas, esas que constituyen la base de la impostación política.