El encuentro de Guayaquil

Crítica de Ayelén Turzi - La cuarta pared

Enmarcándose en una serie de producciones sobre diferentes gestas patrióticas impulsadas por el bicentenario, nuevos realizadores se ponen al frente de esta ola más enfocada en el costado humano de los próceres. Por ejemplo, en Revolución El Cruce de los Andes, del 2010, entiendo la más lograda del ciclo, había una precisa descripción humana de San Martín -correctamente personificada por Rodrigo De La Serna- y una acción general bastante dinámica y llevadera. Pero, ¿qué pasa con esta nueva revisión sobre la vida de nuestro Libertador? ¿Toma otro enfoque? ¿Cómo está Echarri?

El Encuentro de Guayaquil está dirigida por Nicolás Capelli (Matar a Videla) y se basa en un relato del historiador Pacho O'Donnell, quien imagina qué sucedió en ese encuentro completamente íntimo y privado entre Simón Bolívar y José de San Martín, del cual no hay ningún tipo de registro pero luego del cual nuestro libertador se embarcó a Perú, dejando sus tropas en manos del venezolano.

La película elige mostrar diferentes momentos de las campañas de Bolívar (Anderson Ballesteros) , por un lado, y San Martín (Pablo Echarri) en paralelo. Con la elección de las situaciones ya queda en claro la postura ideológica: las diferentes anécdotas que van conformando el gran relato no están jerarquizadas por peso histórico, sino que apuntan a mostrar tanto el costado humano de ambos libertadores como el modo de relacionarse con su entorno (subordinados y mujeres, incluso).

Claramente estamos ante un relato moderno, donde tiene más supremacía la psicología de los personajes que la causalidad de sus actos. No asistimos a una lucha independentista donde los patriotas son los buenos y los realistas son los malos, con resolución sangrienta en un campo de batalla. La intención se ubica en un punto medio, donde se narran los hechos necesarios para hilvanar el relato pero con el énfasis puesto en la repercusión psicológica y emotiva del proceso de emancipación en los libertadores.

Uno de los principales puntos flojos viene por ese lado: la selección de anécdotas a contar se hace muy difícil de seguir hasta que uno entra en el código y acepta la propuesta. A partir del segundo tramo, uno empatiza con los protagonistas y aquí es cuando realmente la propuesta se disfruta.

La actuación es muy dispar respecto a los dos protagonistas, sin embargo el resto del reparto alcanza grandes momentos, principalmente Nai Awada y Miriam Lanzoni. Echarri no deja de ser Echarri vestido de San Martín. Esa forma de hablar, casi susurrando, le juega muy en contra a la hora de componer a un San Martín creíble y, es más, la dificultad de creernos que él es nuestro prócer está íntimamente ligada con lo expuesto anteriormente acerca de la difícil empatía en el primer tramo: tras que es un ritmo al que no estamos acostumbrados, la interpretación no ayuda en lo más mínimo. Anderson Ballesteros es otra cosa. Se lo ve más seguro, más complejo, más lleno de pequeños gestos que dejan entrever la enorme humanidad de Bolívar detrás. Aunque ninguno de nosotros haya conocido a Bolívar personalmente, no caben dudas que estamos viendo a una persona, y no a un actor disfrazado de época. Ayuda a la identificación con el extranjero que no sea un actor que estemos acostumbrados a ver, y esto abre una reflexión: Ya que no es una película comercial que la gente vaya a ver por su elenco, ¿no sería conveniente recurrir a actores no consagrados?

Formalmente la mayoría de la película está grabada sin trípode, gracias a lo cual la cámara tiene una mínima vibración que contribuye a darnos la idea que estamos espiando la intimidad de los personajes. Rompe con este código en dos oportunidades, una con mejor resultado que la otra. Sabe introducir por momentos algunas composiciones realmente deliciosas. Desde ángulos poco frecuentes o reforzados por fuertes contraluces, surgen algunos encuadres que se prolongan en el tiempo, pero realmente vale la pena contemplarlos, y refuerzan la idea de la temporalidad irregular de la psicología humana: no transcurren horas ni minutos, transcurren estados de ánimo, ideas, y ese tiempo no puede ser medido de manera objetiva.

En el otro extremo, se inaugura la presentación de cada locación con prolijos planos secuencias de los paisajes naturales reales donde sucedieron los hechos, y la verdad que es un recurso que no aporta mucho por varios motivos, entre ellos porque tienen una textura y un color que no pega con el resto de la imagen, además de alejarte de emociones con las que deberías involucrarte. A rasgos generales, es prolija, tiene ritmo (lento, pero ésa es la idea), y se escucha muy bien. Afortunadamente hace años estamos en condiciones de afirmar que se terminó la era del sonido espantoso en el cine nacional.

VEREDICTO: 6.00 - VIVA LA PATRIA

El Encuentro de Guayaquil tiene un gran pro y una gran contra. Lo bueno es que revisa la historia no de modo objetivo, sino acercándose mas a las subjetividades y sentimientos de los involucrados en la emancipación. Lo malo es que este tipo de relatos no son masivos, la gente no acostumbra a ver películas más introspectivas, con lo que los intentos por conocer nuestra historia siguen estando relegados a unos pocos.