El empleado y el patrón

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Estrenada internacionalmente en el pasado Festival de Cannes (Julio 2021), en el marco de la Quincena de los Realizadores, “El Empelado y el Patrón” concluye un proceso de escritura que se remonta a 2015. Manuel Nieto Zas indaga en una relación que el título del film coloca de manifiesto, un vínculo laboral que cambia drásticamente a partir de un hecho trágico. El film desnuda culpas, ambiciones y responsabilidades repartidas, emplazándose en un ámbito fuera de la zona de confort urbana y costera que acostumbra la cinematografía uruguaya. “El Empleado y el Patrón” se anima a transitar personajes marginales e historias rurales, consecuentes con un paisaje y una temática industrial agraria que no son ajenos a la filmografía precedente del autor (“El Lugar del Hijo”). Es por ello que el entorno geográfico de la frontera entre Uruguay y Brasil nos brinda el marco en donde se desarrolla una historia atravesada por distancias indicativas de un punto de referencia lejano. “El Empleado y el Patrón” implica fuertemente su visión desde el traslado migratorio de la denominada geografía salvaje. Estableciendo cierto marco teórico al respecto de la evolución poblacional a partir de una pradera profunda devorada por la máquina; y en los efectos de aquella pérdida del conocimiento tradicional que genera y retroalimenta ese salto cuantitativo, desde la pequeña escala familiar al impacto macrosocial. Existen roles de caracteres insustituibles: la tradición, la herencia y el legado transferido pesa en este sentido. Nieto Zas contrapone protagonistas como individualidades que se espejan y complementan, mixturando actores profesionales (Nahuel Pérez Biscayart, Jean Pierre Noher) y no profesionales. Dentro de los matices sobre los que inscribe su lógica, y no exento a certeros apuntes acerca de la paternidad, independencia y dependencia se vislumbran como caras opuestas de una misma moneda.