El Diablo Blanco

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

La sangre derramada

La ópera prima del actor argentino Ignacio Rogers como director es una película de terror sobre un grupo de amigos de treinta y pico de años que se toman unos días de vacaciones para alejarse de la ciudad y visitar unas cabañas cercanas a un lago que administra un ex colega del padre de Fernando, el conductor designado del viaje. Apenas llegan a su destino anegado a través de las rutas tucumanas, Fernando cree ver a un hombre harapiento y ensangrentado deambulando alrededor de la laguna que parece acecharlo, y a la mañana siguiente la joven hija del dueño de las cabañas, Anahí, aparece asesinada y Fernando es el principal sospechoso, por lo que debe permanecer en el pueblo por orden policial. Cuando los amigos intentan irse asustados por la posibilidad de que el asesino regrese descubren que su auto está averiado y empiezan a sentir que realmente hay algo siniestro en toda la secuencia de acontecimientos. Las vacaciones de las dos parejas de amigos se convierten así en una pesadilla rodeada de sagrarios con fotos colgadas al revés -en estacas en la ruta y en el bosque- de personas que fueron asesinadas con un corte en el cuello, lo que guarda relación con una leyenda local sobre un noble español asesinado de la misma forma por los nativos debido a su crueldad y con una secta que clama por sangre para liberar su alma del suplicio eterno.

Ya en el principio del film el rito sacrificial del noble español por parte de los nativos tucumanos aparece como la clave de una obra que tiene a la sangre derramada como un elemento simbólico muy presente para el desarrollo metafórico del film. El Diablo Blanco (2019) utiliza el terror ritual para conducir a los personajes hacia lo desconocido que acecha como residuo de un asesinato acaecido durante la época del genocidio de los pueblos originarios como consecuencia de los crímenes cometidos por la barbarie española contra las comunidades nativas que habitaban la región y que fueron salvajemente sometidas y exterminadas. En la trama, Rogers propone un esquema típico del género de parejas de la ciudad que al adentrarse en el interior de su país descubren un culto que mantiene prácticas sacrificiales y deben intentar huir de sus fanáticos perseguidores. El guión del propio Rogers logra atrapar con su historia pero va perdiendo fuerza a medida que repite algunas características un poco abusadas en las películas de terror, pero que aun así funcionan. La fotografía de Fernando Lockett le aporta mucha profundidad a una propuesta con buenas actuaciones que mantiene el clima de suspenso y terror durante todo el film para ofrecer una obra correcta que sorprende por momentos gratamente, pero que en general sigue un camino demasiado prefijado por las expectativas del género.