El día trajo la oscuridad

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

En una mansión de piedra, ubicada en el centro de un denso bosque costero, habita el presagio de una tragedia. La gran estructura sórdida y fría no fue suficiente contención para evitar el desastre. La soledad, Virginia (Mora Recalde) y una vecina parecen ser las únicas almas con vida en este pueblo olvidado por la civilización. El invierno avanza, la quietud apremia y el viento susurra una predicción que nadie escuchó a tiempo. La linealidad temporal pronto se quiebra y como caída del cielo llega Anabel (Romina Paula), una joven esbelta que en estado de inconciencia es arrojada dentro del fuerte rocoso.

Con una puesta en escena en donde todos los cielos fueron recreados digitalmente para generar el efecto de una noche permanente e invariable, y un tiempo fílmico especialmente diseñado para narrar esta historia. El día trajo la oscuridad, es un filme que habla del amor eterno. Como la novedad no radica en este tema universal, inspiración de toda la humanidad, Martín Desalvo innova con su manera de hacer. El estilo particular y el estricto foco en el drama, habilitan a De Salvo a sorprender con las herramientas que el cine le brinda.

Desde el inicio se observan rasgos autorales que anticipan la forma del discurso. Una cámara ubicada en la parte superior del cerco principal de entrada a la mansión revela, al menos, dos puntos. Por un lado, la exposición de una manera no tradicional de filmar y por otro, la sutileza al relatar. Empujados involuntariamente entramos en el particular mundo donde habita Virginia.

No es casualidad que El día trajo la oscuridad lleve este poético título. El único momento en donde se puede apreciar la luz diurna es cuando llega Anabel, motivo y causa central de la posterior noche infinita. Nada podrá detener lo que ha comenzado. El destino está activado y Virginia aún no lo sabe. Entre diálogos que interrumpen la falsa serenidad descubrimos que ambas mujeres son primas, detalle fundamental para comprender la gravedad del desarrollo del drama.

Sumergidos por completo en el ambiente fílmico, el espectador logra ser seducido por la creciente intriga. La inesperada sucesión de indicios como las salidas nocturnas, la falta de apetito y la extrema palidez de Anabel son sólo unas pocas características de las tantas otras que se irán develando en el transcurrir del suspenso. Si de vampiros se trata, todos los clichés quedaron afuera y eso es motivo de celebración.

En presencia de ritos mágicos y la clara evidencia de que alguna extraña enfermedad está matando a todas las jóvenes del pueblo, los cazadores se hacen presentes. Recién llegados de un fuera de campo inexacto, el padre de Virginia y su tío (padre de Anabel), aparecen en escena para erradicar el fenómeno. Sin riestras de ajo ni agua bendita, ambos, deben combatir algo más serio que los ataques vampíricos. Deben enfrentarse con la cruda realidad que quienes están causando el daño son sus propias hijas.

Otro gran acierto de De Salvo es la construcción de las relaciones entre los personajes. Un drama familiar con tintes de ciencia ficción que se torna profundo y polémico. Ella son primas, pero entre copas el amor brota. Ellos son sus padres pero deberán erradicarlas. Con un doble mensaje, el ambiguo juego temático se debate entre el repudio al incesto, o la eliminación del vampirismo. De una forma u otra deberán desaparecer y el fuego parece ser la única opción disponible.

Por Paula Caffaro
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