El día trajo la oscuridad

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Llevar en la sangre

El día trajo la oscuridad, de Martín Desalvo, es parienta lejana de Criatura de la noche, de Tomas Alfredson. Entre ambas, salvando las distancias, existe un vínculo sanguíneo: un vampirismo desplazado desde el cine género al de autor. Una transformación de los lugares comunes del terror en algo más lábil, más ambiguo, más esbozado que definido.

El día… opta por un naturalismo trastocado: el viejo axioma de que lo siniestro es lo cotidiano cuando se vuelve extraño. Podríamos incluso reemplazar “cotidiano” por “familiar”, porque Desalvo centra su filme en el vínculo entre miembros de una familia sitiada por una epidemia. Nuestro punto de vista es el de Virginia, interpretada con solvencia por Mora Recalde.

Virginia es joven y vive en una casona costera, en una zona boscosa, con su padre, que la deja sola para ir a atender a una sobrina enferma. A la casa llegará -desmayada, en brazos de un hombre- otra prima de ella, Anabel, encarnada por Romina Paula, ideal para un personaje frío pero sexuado, hosco, misterioso y amenazante, que duerme de día y camina por el bosque de noche.

Entre Virginia -que parece no haberse asomado aún al mundo ni al deseo- y Anabel irá creciendo una relación erótica, mientras el afuera -y el adentro, de las dos chicas, que son muy distintas- se va volviendo cada vez más opresivo.

El día... es una película lacónica, delicada, por momentos bella, por otros irregular, renuente a dar explicaciones. Su director fusiona el drama psicológico con el horror. Horror, perturbador, de lo no dicho.