El día que me muera

Crítica de Matías Zanetti - Sin Subtítulos

La película de Sanchez Sotelo, con guión de Verónica Eibuszyc y Gabriel Patolsky, pone en el centro de la escena a una típica madre judía, viuda, que solamente busca el afecto de sus hijos -siempre en clave de retribución de “toda una vida de dedicación y cariño”- interpretada de manera extraordinaria por Betiana Blum. Este personaje es el que liga los argumentos de todo el resto del elenco, sus hijos, sus amigas, su enamorado y su hermana/villana pasan a través de ella para vincularse.
Frustrada porque sus hijos viven en el exterior, apenas le atienden el teléfono y ni se les cruza por la cabeza volver al país, Dina decide hacerles creer que está muerta para que, al menos, vengan a despedirla de este mundo cruel. Así, utiliza la instalaciones del “Multiespacio” (un pelotero) de Marcos (Roberto Carnaghi), su enamorado de la cole, para montar un falso velorio a cajón cerrado con la idea de cortar la luz y aparecer vestida de blanco cual ángel que retorna de la muerte. Si se preguntan por qué simplemente no se toma un avión y los va a visitar, la respuesta es que Dina no puede superar el miedo a volar – y además, no tendríamos película-.
Con la ayuda de sus amigas Fanny y Leonor (las ex Gambas al Ajillo, Alejandra Flechner y Maria José Gabin) y su hilarante mucama paraguaya Hilda (Gipsy Bonafina) monta la escena y espera detrás de un vidrio espejado que vayan llegando sus hijos. De esta manera, Dina descubre que cada uno de ellos le escondía algo sustancial de su vida. Su hijo mayor, David (Alan Sabagh) es un traficante de productos ilegales (no drogas porque mantiene algo de moral aún). Su hijo Diego (Lucas Ferraro) que se fue a actuar a Estados Unidos, se puso tetas y es un travesti que tiene una “pareja” con otras dos mujeres. Y su hija Roxana (Soledad García), en México, quedó en silla de ruedas a raíz de un accidente y ya no puede correr maratones.
La película roza lo grotesco cuando las confesiones de sus hijos a un cajón vacío son escuchadas por Dina -siempre detrás del vidrio, maquillada, arreglada y vestida de blanco- y el resto de los presentes. Como era de esperarse, el plan se ve frustrado cuando Bertha, su hermana/enemiga encarnada por la genial Mirtha Busnelli, entra en escena para desenmascarar la farsa. Lo bizarro no para de aumentar, así como el humor y el desvarío, pero hacia el final las cosas no resultan tan mal y la cinta cumple su propósito de entretener durante un buen rato.