El día que me muera

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

TIEMPO MUERTO

La apertura de un film suele ser, a menudo, un preámbulo perfecto de los minutos restantes que nos esperan después. El día que me muera, de Néstor Sánchez Sotelo, comienza con una secuencia que tiene al personaje de Betiana Blum atravesando una crisis de aerofobia. El registro actoral que se regodea en la sobreactuación diluye las pocas posibilidades de comedia que tienen los torpes diálogos. El uso del plano y el contraplano es televisivo. La secuencia se extiende demasiado atentando contra los pocos momentos de lucidez que puede dar un gag. Y finalmente sólo quedan gritos y un patetismo que está lejos de causar un mínimo de gracia. Así son los primeros momentos de este film que anuncian todas las irregularidades que se vienen impiadosamente a lo largo de toda su extensión.

El relato sigue la historia de Dina (Blum) y sus tres hijos, que prácticamente huyeron de su sobreprotección para hacer su vida en otros países. Al tener aerofobia la visita se le hace imposible y la distancia mucho más marcada, dado que ninguno de ellos ha ido a verla desde que se alejaron. Para resolver que vengan decide especular con su propia muerte -por ende el nombre de la película-, un plan que se antoja ridículo y resulta aún más al ver cómo se desenvuelve. Acompañada de sus amigas y un pretendiente irá tratando de unir las piezas para gestar su plan. Como es de esperarse, es tras el arribo de sus hijos que el plan estalla por los aires. El problema es que toda esta anticipación por algo que promete ser el gran clímax de la película termina alargándose de forma absurda y resulta completamente intrascendente. Es así que no vemos el momento que llegue el final previsible que se anuncia desde el principio, no por nada la apertura del film es en un avión.

El reparto no parece ser el principal problema de la propuesta sino el registro: Roberto Carnaghi, Alejandra Flechner, Lucas Ferraro e incluso Blum redondean un elenco que en otro registro o con otro material han logrado demostrar solvencia. Aquí las sobreactuaciones que tienen la finalidad de exaltar el grotesco están lejos de resultar complementarias al guión: los desastrosos diálogos, la falta de comprensión de los tiempos de la comedia, los planos televisivos que ya mencionamos y sólo subrayan la carencia de ideas, los completamente desperdiciados personajes secundarios y lo forzado de situaciones como la intervención de la policía hacen que veamos a las actuaciones como una consecuencia más de las desastrosas elecciones de dirección.

En definitiva, se trata de un pobre representante del cine local que tiene algunos de los peores vicios del cine de los ochenta, con instantes de un pintoresquismo aborrecible (el personaje de Gypsy Bonafina es, en sí, una hipérbole, en el peor de los sentidos) y temas de agenda vomitados al pasar con lo peor del sentido común (parejas abiertas e identidad de género son dos de los elementos en que “brilla” el guión de este bodrio), que no dejan de resaltar la mediocridad de un relato endeble al que le sobra al menos media hora. Olvidable.