El día después

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

El nacimiento del amor

El cine de Hong Sang-soo es un universo autónomo con personajes propios y una coherencia temática y estilística única. En El día después vuelven los equívocos amorosos, los caprichos de la infidelidad, las pasiones intempestivas, las confesiones patéticas y la embriaguez liberadora. El cineasta hace de la economía de medios su fuerza estética y narrativa. El dispositivo está reducido a un puñado de actores, decorados comunes, algunos zooms como encuadres dramáticos y un breve motivo musical que se repite con independencia de la historia. La novedad radica en la apuesta por un entrelazamiento temporal que diluye los límites entre lo real, el deseo y los recuerdos. Hong utiliza los flashbacks de un modo desconcertante. El pasado vuelve repentinamente desde el presente. El lenguaje condiciona la realidad. Una memoria sensible explora las heridas, las palabras y las cosas.

Bongwan está desayunando mientras su esposa busca develar el motivo de algunos cambios imperceptibles en su conducta. Las preguntas flotan en el aire, la pareja se enfrenta y se evita, la cámara oscila de uno a otro. La nieve cae sobre Seúl, la nostalgia impregna la película. Bongwan sale de su casa, camina en la madrugada fría y vacía, avanza y se detiene, deja pasar la vida. Se encuentra con una mujer y luego con otra, tal vez en otro tiempo. El personaje principal es escritor, crítico y editor, cobarde y orgulloso. Está casado, ama a su esposa, pero tiene un romance con la chica que trabaja con él en la editorial. Hong Sang-soo procede por ínfimas variaciones. Los planos fijos de las parejas son una pintura emotiva. El marco casi no se mueve, solo se invierten los roles: el dúo puede ser un matrimonio, amantes o compañeros de trabajo. Los momentos pasan, las lágrimas y los rencores se ahogan en un vaso de sake, los conciliábulos se transforman en confidencias, una melodía de Bach observa a las parejas nacer y deshacerse.

La cámara registra la seducción casi inconsciente del protagonista: la debilidad de un hombre desgarrado que vive y desea dos realidades al mismo tiempo, mintiendo y acomodándose a las circunstancias, olvidando y recordando a su propio ritmo. La fotografía en blanco y negro invita a ver a los personajes bajo una luz cruda y directa, evocando al mismo tiempo siluetas fantasmales. La película juega con la desorientación del espectador: el montaje acorta o alarga sin previo aviso el tiempo de la historia, siembra la duda y favorece las interpretaciones alternativas de la realidad. El cine de Hong es deslumbrante y evidente al mismo tiempo. La película posee una gracia inexplicable que transmite el deseo de existir, de vibrar, de escribir y de hablar. Y a su vez, es una película increíblemente literal sobre el nacimiento del amor que confirma la capacidad del autor para reducir el drama a su esencia más simple.