El día después

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Insinuaciones amorosas y angustias existenciales

Este año, Hong Sang-soo dirigió tres largometrajes. Dos de ellos -La caméra de Claire y El día después, que se estrena ahora en la Argentina- fueron exhibidos en la última edición del Festival de Cannes, una plaza acostumbrada para este coreano que suele filmar con presupuestos módicos y multiplicarse en diferentes tareas: guión, dirección, producción, música.

Se suele decir que las películas de este autor tan prolífico (unos veinte largos en otros tantos años de carrera) se parecen entre sí, y es indudablemente cierto. Por lo general hay en el centro de la escena un hombre que detenta alguna clase de poder (un crítico y editor prestigioso, en este caso) que se encuentra frente a una encrucijada amorosa.

Esta vez, el protagonista es Song Haejoo, un seductor empedernido y no muy dispuesto a hacerse cargo de las consecuencias de sus aventuras. Está casado, pero tiene una amante que trabaja con él en una oficina atestada de libros y papeles. Su mujer, una dama elegante y temperamental, lo intuye. La amante decide entonces dejar el trabajo y es reemplazada por una jovencita cándida y atractiva que también despierta el deseo de su flamante jefe. A partir de ahí ocurre lo habitual en las películas de este director: una serie de conversaciones en almuerzos y cenas regados de alcohol que cruzan insinuaciones amorosas, angustias existenciales y confesiones incómodas.

El trabajo de puesta en escena de Hong Sang-soo siempre es riguroso: pocos movimientos de cámara, utilización del zoom como recurso sugerente e incisivo, apariciones espaciadas pero relevantes de pasajes musicales que aquí acentúan el tono melancólico del relato (también apoyado por la fotografía en blanco y negro, y el mustio entorno de un invierno crudo) y un registro de actuación intenso, pero para nada exacerbado.

Lo que dinamiza la narración en esta oportunidad son los juegos con la temporalidad, que permiten observar las constantes en el indolente comportamiento de un protagonista egocéntrico, casi siempre deprimido y señalado como posible alter ego del director, enredado últimamente en un melodrama intenso y muy publicitado por la prensa de su país con una de sus actrices fetiche, Kim Min-hee, veinte años menor que él y de muy buen trabajo en este film.

Eficaz y atildado, el cine del realizador coreano tiene referentes decenas de veces señalados, de estirpe puramente francesa -Eric Rohmer, Philippe Garrel-, pero también una identidad propia, elaborada minuciosamente durante dos décadas en las que pulió un estilo que ya se vuelve inconfundible.