El destino de Júpiter

Crítica de Martín Torres - Fuera de campo

Allá por el año 2012 los hermanos Wachowski estrenaron una épica entre reflexiva y profunda que se situaba en 6 épocas distintas. Muchos se frustraron no comprendiendo absolutamente nada de lo que acababan de ver. La crítica y la aceptación popular se dividió entre aquellos que acusaban al film de aburrido y aquellos que aseguraban que solo el tiempo la elevaría al lugar correspondiente como obra de culto. Tres años después, los Wachowski vuelven a incursionar en la ciencia ficción con una historia mucho más lineal y menos evocativa que su última producción.

A modo de aventura interestelar clásica en la línea de Flash Gordon, Dune o inclusive Barbarella, El destino de Jupiter propone una historia de damiselas en peligro al mejor estilo Cenicienta en el espacio. Entre avistamientos de alienígenas, fregadas de retretes y humanoides que andan en rollers voladores dejando una estela azul (sí, en serio, rollers voladores, en tu cara Volver al Futuro 2) Mila Kunis descubrirá no solo que el universo es mucho más vasto de lo que ella cree, sino que pasará de ser una simple empleada doméstica muy bien maquillada a la propietaria de un planeta entero -adivinen cual-.

Pareciera como si los creadores de la saga Matrix (¡Cuánto mejor hubiera sido si en vez de saga solo pudiéramos decir "la película Matrix"!) se negaran a aceptar que el mundo es tal cual lo conocemos hoy. Aquí nuevamente proponen que los humanos somos parte de una gran mentira similar a la matrix o todo lo que sucedía "por detrás" en hombre de negro. Entre edificios que explotan e invasiones intergalácticas, distintas razas alienígenas con un sentido de la moda particularmente absurdo se disputan el destino de la tierra en sus naves espaciales. Mientras tanto aquí abajo nos preocupamos por problemas tan mundanos como el calentamiento global y la finitud de ciertos recursos naturales.

Andy y Lana Wachowski aprovechan el género para desbordar y regalar homenajes a películas y personajes como Terry Gilliam (quien tiene su propia y simpática intervención) y sus ironías sobre la burocracia en Brazil, a Shyamalan y sus señales, y hasta a los tebeos de Alejandro Jodorowsky. Pero sin dudas su mayor mérito es que se sincera con sus confesas intensiones de entretener abogando por la aventura, los duelos, sus extraños conceptos e ideas visuales (que no siempre funcionan) y un ligero andamiaje infantil que así y todo funciona mucho mejor que la pomposa Cloud Atlas.