El derrotado

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Crónica de un fracasado

Un jugador compulsivo y la caída de una familia.

Este drama sin atenuantes es la adaptación cinematográfica de Javier Torre ( Las tumbas , Fiebre amarilla , Un amor de Borges ) de una novela de su padre, Lepoldo Torre Nilsson. El protagonista, un jugador compulsivo en plena debacle autodestructiva, es interpretado por Adrián Navarro. En el papel de su esposa, una mujer atrapada en un matrimonio, asfixiante, Romina Gaetani; en el del amante de ella, un bon vivant , Rafael Ferro. Los principales actores de esta película, que transcurre en 1951, son conocidos, de trayectorias esencialmente televisivas.Julio es un oficinista oscuro, alcohólico, resentido, perdedor, machista, con ciertas características arltianas. El ambiente del turf, una de sus mayores adicciones, está bien retratado por el realizador, pero la interpretación de Navarro es un tanto impostada, con su permanente tono arrabalero, casi de compadrito, de guapo fracasado. Las características de época aparecen más en detalles -muchos de ellos sonoros- que por una ambientación grandilocuente: otro de los aciertos del filme.Celina, la esposa de Julio, podría ser una especie de Emma Bovary si no fuera porque su esposo da motivos más activos que el célebre Charles Bovary para empujarla al adulterio. Estas secuencias, el modo en que ella conoce a otro hombre y comienza una relación paralela, adolecen de cierta simpleza y superficialidad en la puesta en escena. Lo mismo ocurre en las partes en que ella hace el amor casi con desdén con su marido o en las que él es estafado por alguien en quien confía.La pareja tiene un hijo pequeño que, en medio del conflicto de sus padres, es cuidado por la madre de él (Norma Argentina), una persona indiscreta, que hace más opresivo al mundillo familiar. Para colmo, la madre de ella (Mónica Galán), perteneciente a una clase más alta, le critica a Celina el vínculo con Julio. La trama avanza hacia algunas tragedias previsibles y otras no tanto. Los personajes generan poca empatía con el espectador: en algún punto son unidimensionales.Algunos diálogos ampulosos, la música tanguera, el retrato del mundo oficinesco remiten a un cine nacional algo antiguo, con personajes un tanto estereotipados. El gradual descenso al infierno de su protagonista es el hilo conductor, la matriz, de un drama familiar con variados elementos sociales.