El dedo

Crítica de Marcos Rodriguez - CineFreaks

El grotesco está de vuelta

De un tiempo a esta parte parece que el cine argentino decidió reflotar viejas tendencias, que uno creía muertas hace rato. Debimos sospechar cuando no hace mucho se estrenó (¿después de cuántos años?) la segunda parte de Esperando la carroza. Desde entonces, una tendencia clara e incontenible se dejó ver en diferentes películas y tuvo su primer éxito de público en Un cuento chino, que aflojaba en lo grotesco pero se empapaba de costumbrismo.

Estas películas, que heredan una tradición que haríamos mejor en ignorar, no sólo tienen un claro espíritu de los ochenta, sino que también se relacionan argumentalmente con los ochenta. Así como Un cuento chino parece transcurrir en una decadente década del setenta, El dedo está ambientada en 1983. Empieza la película y Goity lo dice: "Estamos en 1983 y este año vuelve la democracia".

Características del neocostumbrismo: personajes "de barrio"; actuación exageradísima (ver, si no, a Fabián Vena en esta película); ambientación espaciotemporal rancia, con mucho polvo y mucho trabajo de producción para reproducir espacios viejos, cargados de cosas que significan su edad (a pesar de que, inexplicablemente, los diarios de 1983 que aparecen en El dedo están ya amarillentos); mucha botella de bebida que ya no se fabrica más; trama que en un inicio aparenta ser sencilla y termina enroscándose hasta puntos insostenibles; reflexiones morales serias e importantes; lección de civismo; preocupación por reflejar la "argentinidad" (a menudo puesta junto a un representante de lo extranjero, que debe ser convertido al argentinismo); música telúrica que subraya el sentído (unívoco) de absolutamente cada secuencia; subestimación completa del espectador, al cual se le deben dar todos los datos y todas las lecciones de forma directa.

Como si el Nuevo Cine Argentino nunca hubiera existido, El dedo quiere decir grandes cosas de manera frontal y burda mientras entretiene y edifica. "Que viva la democracia" y esas cosas. El mensaje, que en los ochenta tenía un contexto que lo podría haber justificado, se parece hoy demasiado a frase vacía de maestra de escuela que quiere convencer a sus alumnos de que la Argentina "es lo más grande que hay". Populismo en cine, con pastelitos y asado.

El dedo no tiene problemas técnicos: se entiende lo que se ve y se escucha. El registro "falso documental" no funciona demasiado bien (no hace más que interrumpir la narración, confundir con la repetición/variación de actores, no agrega nada), pero por lo menos demuestra la intención de un trabajo estético. Las actuaciones de Vena y Goity se acercan a lo insoportable, pero son consistentes con el mundo que plantea la película. La "santidad" de Baldomero (el personaje interpretado por Seefeld) la tenemos que creer a fuerza de la repetición de la imagen en la que rescata una virgen, pero como personaje está muy desdibujado (lo que vemos de él, cuando lo vemos al principio de la película, genera un personaje más bien extraño). Narrativamente, aunque la película es muy clara en sus intenciones desde el principio, termina generando la sensación de una deriva sin demasiado rumbo: hay retrato de pueblo, hay historias de amores, hay supuesta venganza (que como historia prácticamente no se narra y no se resuelve), hay muchísima preocupación cívica por la votación. No se llega a entender cuánto tiempo pasa entre un evento y el siguiente. Los chistes no funcionan.

Aun si uno estuviera dispuesto a dejar de lado muchas cosas, El dedo no tiene mucho para ofrecer.