El dedo

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Elecciones digitadas

La comedia de Sergio Teubal se centra en un pueblo cordobés con un candidato a intendente en formol.

En este pueblo chico del norte cordobés, en 1983, llegan por primera vez las elecciones. “Somos 501 habitantes”, dice Don Hidalgo (Gabriel Goity), el “capanga” del lugar y el candidato más fuerte a quedarse con el puesto a intendente. Sin embargo, sus chances de ganar se complican. También está Baldomero (Martín Seefeld), el hermano de Florencio (Fabián Vena), que podría pelearle el puesto. Pero un hecho fortuito parece salvarlo: a Baldomero lo matan. Ahora bien, sin Baldomero no hay 501 habitantes y sin 501 habitantes no hay elección. Entonces, costumbre de pueblo chico, Hidalgo convence a Florencio de no firmar el acta de defunción hasta después de la elección. Lo que no sospecha es que el asunto se le volverá en contra porque, en un frasco, en formol, el dedo del difunto lo complicará todo.

Una especie de cuento picaresco que, afortunadamente, es tratado con discreción y cierta elegancia por Sergio Teubal, El dedo cuenta una historia bastante absurda, pero que, curiosamente, se apoya en una anécdota real que sucedió en el retorno a la democracia.

El núcleo son los secretos y enfrentamientos pueblerinos que se suceden allí. Está el dueño del almacén de ramos generales (Vena, con un problemático acento cordobés), la chica que quiere conquistar corazones con gualichos (la excelente Mara Santucho), los ocultos affaires amorosos (el que tiene Baldomero con la mujer del carnicero y que termina con su vida), el viajante francés que sólo quiere que el colectivo pare allí para irse, pero nunca lo logra. Y así...

Esta serie de anécdotas, unidas a una trama troncal sobre un dedo con “poderes mágicos”, podría haber dado para un grotesco intragable, lleno de gritos, sobreactuaciones y chistes de humor grueso. Y si bien hay algunas elecciones desacertadas (el uso de la música, algunas subtramas), Teubal se las arregla para tomar las riendas del asunto de una manera que, si bien no llega a funcionar del todo, logra unos cuántos momentos cómicos, más cercanos al absurdo que al realismo mágico.

Después de todo, este universo de relaciones manejado por un dedo en formol que termina siendo un candidato político capaz de digitar la vida de un montón de seres desamparados, no es más que la historia de un grupo de gente a la espera de un colectivo que, en vez de seguir siempre de largo, se detenga allí de una buena vez...