El dador de recuerdos

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Un mundo imposible

Pocos meses pasaron desde Divergente y el australiano Phillip Noyce (El coleccionista de huesos) presenta otra utopía sobre un mundo feliz, sin desigualdades, pero al mismo tiempo desensibilizado, carente de emoción, entre otras condiciones humanas. Basado en la novela The Giver, de Lois Lowry, el film muestra una sociedad de funcionamiento perfecto.
Tras una guerra devastadora, en 2048 los niños nacen bajo selección genética y se entregan a padres con diversas aptitudes, que habitan en blancas viviendas estilo Bauhaus; al crecer, todos reciben un rol. A Jonas (Brenton Thwaites) se le otorga el mayor de los dones: es el recibidor de memoria. Su rol tiene mayor compromiso ya que hereda de un dador (especie de sabio que encarna Jeff Bridges) el recuerdo de la anterior civilización. Pero tanto el dador como el recibidor están incómodos con el funcionamiento de esta sociedad, utópica e inhumana, donde existe una subversión del significado de las palabras (cuando una persona es eliminada, por su inadecuación a las reglas, se la considera “liberada”, y si alguien pronuncia una palabra erradicada es rápidamente reprendido con la frase “precisión del lenguaje”. Visualmente impecable, con escenas dignas de Terrence Malick, quizá lo más interesante de El dador, una alternativa rigurosamente sci-fi a la súper acción pochoclera de Divergente, es mostrarnos que el triunfo de la distopía en que vivimos no es en el fondo tan malo; que las utopías son imposibles, tiranas y hasta menos saludables.