El cuento de las comadrejas

Crítica de Sergio Del Zotto - Visión del cine

Juan José Campanella vuelve al cine con personajes de carne y hueso, luego de Metegol, su paso por la animación. El material que eligió es una remake del primer film argentino estrenado días después del golpe de estado del ’76, Los muchachos de antes no usaban arsénico de José Martínez Suárez.
En una mansión alejada de la gran ciudad, que conoció tiempos mejores, conviven Mara Ordaz (Graciela Borges), una vieja actriz de cine, junto a su esposo, el actor Pedro de Córdoba (Luis Brandoni), y sus ex cuñados, Norberto Imbert (Oscar Martínez) y Martín Saravia (Marcos Mundstock), director y guionista de los films que hicieron de ella una estrella. No tarda en aparecer una pareja de jóvenes que, extraviados y sin señal de celular, buscan ayuda. Ellos son Francisco Gourmand (Nicolás Francella) y Bárbara Otamendi (Clara Lago). Como todos ocultan algo y tienen segundas intenciones, el conflicto es inminente.

Campanella, ex alumno y admirador de José Martínez Suárez, adapta el guion que el segundo escribiera junto a Augusto Giustozzi y -en esta nueva versión de Los muchachos de antes no usaban arsénico, con la colaboración de Darren Kloomok-, atenúa cierta misoginia que tenía el original, borra las referencias bíblicas, para trocarla en guerra generacional, manteniendo los diálogos mordaces y agrega alusiones al propio cine del realizador de Luna de Avellaneda (allí hay una clara mención al premio de la Academia de Hollywood, cuyo peso como objeto tiene capital importancia en la trama). Así mismo hay alguno que otro guiño a su primera película, El niño que gritó puta, y se repiten algunos elementos que estaban presentes en la original, como la referencia a Sunset Boulevard, con una diva viendo sus propias películas del pasado, en este caso Pobre Mariposa, de Raúl de la Torre.

Campanella parece querer contemporizar las diversas etapas del cine argentino. Para iniciados en algunos pasajes, en otros grandilocuente con algunos diálogos altisonantes y algo costumbrista y más llano en otros momentos. Un relato donde no hay personajes buenos, todos quieren doblegar la voluntad del otro, son cínicos, mentirosos, irónicos, disfrazan su actitud de maltratadores con modales encantadores. Y en la profusión de planos inclinados, está claro que ninguno encuentra el horizonte. Así como los hermanos Coen hicieron su remake de El quinteto de la muerte (el más famoso film de los estudios Ealing), Campanella -también admirador de esta factoría y además de Ernst Lubitsch- ofrece una sumatoria de estilos. De los estudios británicos toma el tono de comedia negra; del realizador alemán radicado en Estados Unidos, la afección por la farsa y la apariencia ligera que esconde una segunda lectura.