El cuento de las comadrejas

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Esa imponente casa en las afueras de la ciudad vive de recuerdos. Su dueña, Mara Ordaz (Graciela Borges), es una vieja estrella que pierde brillo con los años, pero que mantiene una corte privada que apuntala su ilusión. Con ella viven otros veteranos del ambiente, Pedro de Córdova (Luis Brandoni), ex actor, pareja de la diva; Norberto Imbert (Oscar Martínez), una vez director, desplazado en la preferencia íntima de la actriz, y el guionista Martín Saravia (Marcos Mundstock). La aparente paz que reina en la mansión se verá interrumpida por dos empleados de una inmobiliaria, Bárbara y Francisco, interesados en la casa de la diva.

Se trata de una nueva versión del clásico argentino de 1976 "Los muchachos de antes no usaban arsénico", de José Martínez Suárez. El director, Juan José Campanella ("El secreto de sus ojos"), desde hace más de veinte años tenía ganas de darle su mirada y ahora lo logró.

Con un impecable diseño formal, una exacta escenografía y la cuidada fotografía de Félix Monti, "El cuento de las comadrejas" conserva el sabor de la comedia negra de su antecesora, pero prioriza el tono de juego en esa familia actoral formada entre improvisaciones y formalidades cincuenta años atrás. La irrupción de engañosos emprendedores y su mundo inmobiliario entre vidrio y high tech, es lo que faltaba para observar dos mundos que nunca pueden integrarse, separados por tiempo, espacio y una carga de secretos que sólo profesionales del simulacro pueden mantener.

JUGAR EL JUEGO
Mara, Pedro, Norberto y Martín, veteranos de la simulación, tejen una tela que la astucia de Bárbara y el marketing de Francisco no pueden rasgar. Cuando "la familia" amenazada comprenda que sólo en esa imponente casa pueden jugar su juego en armonía y soledad, una malla hermética chupará a los extraños.

Cómplices y cínicos socios de muertos comunes, el cuarteto, a diferencia del quinteto que lideraba Alec Guiness y Peter Sellers en un clásico inglés de similar atmósfera ("El quinteto de la muerte"), logra su objetivo por ser partícipes del ambiguo juego de la representación, frágil puente que sólo los habitantes del mundo de la ficción conocen.

Se necesitaban grandes y carismáticos actores para dar vida a semejantes personajes. Y la dirección de casting incorporó a cuatro pesos pesados que hacen de las suyas metiéndose al espectador en el bolsillo, cada uno a su manera alrededor de Borges, una diva a lo Norma Desmond (de la inolvidable "Sunset Boulevard" de Billy Wilder).

Sólo la dupla Borges-Brandoni puede manejar la escena de seducción que termina en un balde de agua fría para la melosa diva. Con ella, un desconocido supervillano, Oscar Martínez, parodia a un amante despechado, sólo retenido por la comodidad de un refugio para su vejez, mientras Mundstock, de probada eficacia en películas como "Mi primera boda" o "No sos vos, soy yo", demuestra que más allá de Les Luthiers hay vida.

CON ELEGANCIA
En cuanto a los más jóvenes, sorprenden en "El cuento...". Clara Lago se muestra como una actriz completa, con gran futuro en el cine, mientras que Nicolás Francella tiene encanto y materia prima para trabajar.

Nueva mirada sobre una estupenda película no suficientemente valorada en su época. Más allá de cierto tufillo declamativo, renace con nuevas aristas y un subrayado sobre una tercera edad que aparenta un poco de ingenuidad, pero que descubiertas las verdaderas motivaciones de los desafiantes jóvenes, descubre las garras y las usan con elegancia.