El cuento de las comadrejas

Crítica de Ernesto Gerez - Metacultura

Los muchachos de antes tenían cojones

Wilder, Aldrich y Hitchcock ya estaban en Los Muchachos de Antes no Usaban Arsénico (1976) de José A. Martínez Suárez, que arrancaba, como esta versión, con la diva olvidada mirando sus películas, drogándose con ese pasado que siempre fue mejor, autoexiliada en una isla que era también un universo mítico con sólo cinco habitantes. Ese mundo delineado por el mito cinematográfico fue central en la idea del director. La primera traición de Campanella es sacar a los viejos protagonistas de ese universo. Según sus palabras, El Cuento de las Comadrejas (2019) es su homenaje al cine; y lo homenajea, paradójicamente, vaciando a su cine de ese aspecto central de la película que rehace. El clasicismo de Campanella no está puesto al servicio del mito sino al de una narración amable con el espectador, tan amable que desdibuja parte del cinismo y el humor negro de la original y la vuelve una feel good movie para señoras serias (segunda traición), con videoclips de canciones lindas como reemplazo de aquel leitmotiv musical silbado de Tito Ribero.

La trama, además de empezar como la original, avanza con eventos similares aunque con una villana más caricaturizada, más falsa, tanto que la hace una gallega haciéndose la porteña, que además viene con novio, también falso, no sólo en la ficción sino también en la emulación de Francella Jr. con respecto a su padre. Lo diferente son las motivaciones de los personajes: la Mara Ordaz de Campanella (Graciela Borges) no busca irse de la casona sino que es engañada por la pareja de villanos que aparecen en escena como en un thriller de acecho e invasión. Pero esa posibilidad de jugar con el horror interesa poco en esta versión. La tensión se concentra en un desenlace que es la tercera y definitiva traición a los muchachos de antes, los tremendos Soficci, Ibañez Menta y García Buhr, inalcanzables para el trío de amigos de Campanella. La traición final seguramente tenga que ver con la corrección política; con vaciar a la película de una supuesta misoginia para no alterar a la legión de Simones de la coyuntura actual, y con la decisión del director de agregar una vuelta de tuerca con moraleja pueril y demagoga para que aplaudan de pie las momias llenas de buenas intenciones, esas con las que está pavimentado el camino al infierno.