El cuento de las comadrejas

Crítica de Diego Brodersen - Rolling Stone Argentina

El regreso de Juan José Campanella al cine con actores de carne y hueso luego de Metegol es también su primera remake. O, mejor dicho, su primera relectura oficial: si bien la esencia de Los muchachos de antes no usaban arsénicoestá presente desde el comienzo hasta la última escena de su nueva película, el guion de El cuento de las comadrejas toma una buena cantidad de rutas alternativas a la hora de contar el cuento de la diva retirada y los viejitos asesinos.

Cuando el largometraje de José A. Martínez Suárez se estrenó en abril de 1976, el gobierno de facto llevaba un mes de existencia y su historia de encierros, defensa inquebrantable del statu quo y cuerpos "desaparecidos" adoptó una posible lectura con terribles ribetes coyunturales. La historia de Mara Ordaz, la estrella de la era de oro del cine argentino encerrada en su casa con sus recuerdos, sus fragmentos de viejos films y tres hombres a los cuales detesta -el marido, el médico, el administrador-, adoptaba desde la secuencia de títulos un tono humorístico negro. La película en sí misma se transformaría simbólicamente, con el correr de los años, en uno de los últimos clavos de un ataúd imaginario, cuyo cadáver descompuesto no era otro que el de la cinematografía nacional.

Campanella adopta una configuración que no expulsa por completo la oscuridad original, aunque purifica sus aires. Priman ahora, más que antes, los gags verbales ingeniosos, auspiciados por uno de los cambios más evidentes: los personajes interpretados por Narciso Ibáñez Menta y Mario Soffici se transfiguran en un ex director de cine y un guionista retirado (Oscar Martínez y Marcos Mundstock), ambos responsables de los éxitos en la carrera de Ordaz. El marido en silla de ruedas, interpretado acá por Luis Brandoni, es el sufriente compañero de la figura eclipsada por el paso del tiempo, un personaje mucho más ingenuo y pasivo que su par de 1976. Finalmente, el personaje encarnado por Mecha Ortiz regresa a la vida gracias a la única actriz capaz de generar el mismo halo de leyenda viviente: Graciela Borges. La excusa que pone en marcha la trama sigue siendo la misma: la venta del terreno dispone a los hombres a llevar a cabo un plan extremo que no excluye la posibilidad del crimen.

Pero los tiempos han cambiado y allí donde habitaban la misoginia y el cinismo se produce una transformación ya clásica en el cine del director de El secreto de sus ojos: el Mal late en el corazón de la modernidad, en ese dúo de aparentes agentes inmobiliarios (Nicolás Francella y la española Clara Lago, con impecable acento porteño), caras visibles de una corporación, portadores del virus de la ley del más fuerte. Como ocurría enLuna de Avellaneda, el enfrentamiento entre dos órdenes y estilos de vida se transforma en el núcleo del relato. Campanella abandona en gran medida los juegos narrativos y formales de sus películas previas para concentrarse en el registro del sexteto de intérpretes, entronizando el plano/contraplano como amo y señor de la puesta en escena. Sin la negrura angustiante del film seminal y con una cámara funcional escasamente dispuesta al juego, El cuento de las comadrejas elabora y entrega, a pesar de sus ríspidos temas, un relato amable, un cuento de salón con moraleja servida en bandeja.