El cuento de las comadrejas

Crítica de Carolina Taffoni - La Capital

El regreso a la comedia de Juan José Campanella es de por sí una buena noticia. Y si a eso le sumamos un elencazo encabezado por Graciela Borges, Luis Brandoni y Oscar Martínez, más todavía. A diez años de “El secreto de sus ojos”, el director que ganó el Oscar optó por un camino poco convencional: encarar una remake (muy libre) de “Los muchachos de antes no usaban arsénico”, el clásico de 1976 de José Martínez Suárez. Pero Campanella sólo toma el esqueleto de aquella historia (muy oscura y ciertamente misógina) y la adapta a los tiempos que corren, con un humor negro y sarcástico, pero también lleno de amor hacia sus personajes. Los protagonistas son una diva del cine argentino olvidada (Borges, inigualable) y tres viejos compinches de su carrera cinematográfica: su marido (un actor mediocre), un director de películas y un guionista. Los cuatro sobreviven como pueden en una vieja casona de campo entre reproches, resentimientos y recuerdos de su época dorada. Este mundo casi de fantasía se rompe cuando dos jóvenes de una empresa inmobiliaria intentan seducirlos con falsas promesas para que vendan la casa. Son varios los temas que el director aborda desde esa mezcla de perfidia e inocencia de los personajes: el paso del tiempo, el dolor de ya no ser, el cine como una forma de entender la vida y el enfrentamiento entre dos generaciones que parecen irreconciliables. Pero lo mejor es que Campanella (más allá de algún desliz melodramático) nunca pierde el target de la comedia, ya sea con diálogos afilados o con un mero gesto de sus criaturas. La película despierta risas espontáneas y abiertas, algo cada vez menos frecuente en el cine, y eso solo ya se agradece. Lo único que se le podría reprochar a “El cuento de las comadrejas” (y que no es menor) es esa pátina artificiosa de los diálogos cancheros pasados de registro, y la tendencia a subrayar la moraleja como si el público no pudiera comprenderla.