El cuarto de Leo

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Demasiado sosiego limita un buen film

Con tres años de atraso se estrena esta coproducción uruguayo-argentina, por no decir rioplatense: director oriental, actor local nacido en San Juan, tema universal. Se dice fácilmente que el tema es la aceptación de su homosexualidad por parte de un adolescente. Pero ésa es una visión reductora. Porque el asunto es la aceptación en general, de sí mismo, de los demás, de la familia, y del mundo que nos rodea, cosa que a todo adolescente le cuesta, sobre todo si es demasiado sensible.

De modo provisorio y apresurado, diríamos que, aunque no se disfrace como uno de ellos, Leo es medio emo. Y se encuentra con una compañerita de la primaria que parece más emo todavía. Sufre depresiones. Pero las sufre, no las practica. Ninguno termina de confesarle al otro lo que le pasa, pero entre los dos, mal que mal, se sostienen. Ese es uno de los puntales del relato. Por supuesto, también ocurren otras cosas, hay otra gente, con sus propuestas y sugerencias, y está el cuarto, que es un refugio, y, metafóricamente, algo muy propio que hay que arreglar y pintar y abrir a la vista de todos. Empezando por la mamá, la novia que dice «claro que no es mi culpa», en fin, todos los que miran y opinan, y también los que miran y sonríen.

La historia que nos presenta el director Enrique Buchichio es sencilla, amable, intimista, sin subrayados, tranquila. Bueno, ese es el problema: demasiado tranquila. Se ponen a escuchar una canción (tranquila también) y ahí se quedan hasta que termina. Se ponen a charlar y entre réplica y réplica pasa media película. Es un estilo que el cine montevideano ha desarrollado con elogios de la crítica y desconfianza del público. Lo que en este caso es una lástima, porque, teniendo algo que decir, reduce su llegada a las plateas. Bien los jóvenes intérpretes, Martín Rodríguez y Cecilia Cósero, ambos debutando como protagonistas. Y lógicamente bien los adultos, que están entre lo mejor de ambos países: Mirella Pascual, César Troncoso y Arturo Goetz. El compone el único personaje animoso de la historia: un psicólogo risueño.