El cuarto azul

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Los amantes prisioneros

Un hombre (Julien) y una mujer (Esther), conocidos de la infancia y adolescencia en el mismo pueblo, han seguido caminos distintos. Ella es la esposa del farmacéutico del lugar; y él, un próspero mecánico, casado con una mujer adorable, una hija a la que ama y una vida distendida.

Un día, ella tiene un desperfecto que detiene su auto en una solitaria ruta y él la auxilia, al pasar casualmente por el lugar. Ese pequeño incidente basta para iniciar una relación secreta y pasional que los llevará durante meses a encontrarse en una habitación de hotel (el cuarto azul del título).

Protagonizada por el propio Amalric y Stéphanie Cléau -su mujer y habitual coguionista-, la película muestra a uno de esos maridos distantes del cine francés que resulta atraído (y poseído) por otra mujer. Después del sexo, totalmente arrebatador, los amantes intercambian algunas palabras, que luego el hombre tratará de recordar y reconstruir, cuando se desaten hechos fatales que descubrirán a la pareja clandestina.

“El cuarto azul” es más que un buen thriller, sustentado principalmente en su muy buena dirección y un sólido trabajo de guión que se construye en fragmentos, con saltos del presente al pasado, recuperando el relato de a poco, y llevando al espectador a conocer datos sin juzgar a los personajes, sólo contando los hechos. Así, el thriller deviene en drama psicológico casi de forma natural. Tiene también un evidente sustrato literario con alusiones a “Rojo y negro” de Sthendal (el nombre del protagonista Julien -como en la novela del siglo XIX- es apenas un indicio entre atmósferas y vínculos parecidos). También Amalric es muy fiel a su fuente directa, la novela corta de Simenon, registrando magistralmente el malentendido de la comunicación humana: las mismas palabras en una determinada relación pueden significar cosas muy distintas para sus miembros. Y no solamente en el contexto de esa relación, sino también el de cada sujeto que participa de esa comunicación (el juez o el empleado de correos cargan su propia subjetividad en las interpretaciones).

Contenido y pasional

El film puede verse como un thriller judicial pero es mucho más, en su sensual complejidad que registra un amour fou que se devora a sí mismo, ese que los surrealistas definieron como producto del azar, encuentro a la vez fausto e infausto, que une el vértigo y el estrago.

La plasticidad de toda la cinta es impecable. El color azul va cobrando importancia y se expande del recinto privado hasta las paredes del sitio donde los amantes son juzgados. La fotografía y la edición sostienen un impecable tratamiento del tiempo y el ritmo, conformando un espectáculo visual y narrativo, contenido y pasional por partes iguales, herencia clara del impresionismo francés.

El espectador es llevado por los caminos de la intriga dentro de un suspenso que no necesita utilizar imágenes violentas para mostrar situaciones críticas. Las imágenes replican claustrofobia, calor pegajoso, gotas de sudor sobre los cuerpos desnudos que -lejos de un tratamiento pornográfico- se muestran frontales. Hay intencionales planos de ella que aluden explícitamente a la pintura de Courbet, “El origen del mundo”, que tanto escandalizó al ambiente de su época.

El film está actualizado con fechas más próximas al presente que la novela de los sesenta, pero al transcurrir en un pueblo pequeño parece una película más antigua, incluyendo el formato utilizado (1:33, más cuadrado, un recurso estético que adquiere sentido a medida que avanzan los hechos).

Es importante que se hace palpable la pasión de los amantes en contraposición a la frialdad del implacable sistema que los condena.

Con austeridad y distanciamiento, se habla del sexo y de la muerte pero escapando a la superficialidad con que el cine comercial suele contar este tipo de relatos.