El cuarto azul

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Infierno chico

Conocido por apariciones en Munich, 007 Quantum of Solace y (más recientemente) El gran hotel Budapest y el protagónico de Venus in Fur, el último film de Roman Polanski, Mathieu Amalric es una figura central del cine francés contemporáneo. Inició su carrera de director en 1997 con Mange la soupe y hoy, a los 49 años, ha trabajado en casi un centenar de films para la pantalla y la televisión francesa. En El cuarto azul, su quinto trabajo, optó por adaptar un texto del gran Georges Simenon con buenos resultados.
El film arranca con un paneo de dos cuerpos desnudos, los adúlteros Juliene Gahyde (Amalric) y Esther Despierre (Stéphanie Cléau), juntos en el cuarto que da título al film; una situación que se repetirá cada vez que Esther deje la señal: una toalla colgada de su balcón. Es este un rol atípico para Amalric; lejos de sus papeles de comediante, siempre oscilando en su carisma, Gahyde es un ser oscuro, corroído por la culpa y el miedo. Entre su vida familiar y sus escapadas con Esther, como flashbacks, la película muestra el proceso judicial al que es sometido el protagonista, de cuya causa poco se intuye hasta el tramo final. Si bien la trama es casi una jugada de manual, Amalric, como director, cautiva en el retrato de una pequeña ciudad donde todos conocen sus vicios y debilidades.