El cuarto azul

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Pasión y crimen, con estilo y talento

Mathieu Amalric, actor fundamental del cine francés -y no sólo- desde la década del 90, ha trabajado con muchos grandes directores, como por ejemplo Arnaud Desplechin, Olivier Assayas, Roman Polanski, Julian Schnabel y Wes Anderson. Incluso fue el villano de una Bond, Quantum of Solace. Amalric también ha desarrollado una carrera como director y su tercer largometraje, la imprescindible Tournée, tuvo estreno local. El cuarto azul, que también protagonizó y coescribió -basado en una obra de Simenon-, es un policial estrenado en Cannes el año último, y es un film a contracorriente. Es un relato de una brevedad asombrosa: apenas una hora y cuarto para contar una historia de amor -o de pasión-, para recuperar el drama burgués -francés- de provincias y para desarrollar con precisión una investigación criminal. Película de narración múltiple, parte del encuentro de dos amantes para pasar velozmente a las preguntas policiales y judiciales, en un ida y vuelta temporal que nunca resigna claridad, rasgo que no necesariamente indica cierre, conclusión, resolución.

Amalric pone en escena el amor, la pasión, el cuidado, la desconfianza, el resentimiento, el odio, la vergüenza y la resignación con sobriedad y contundencia estilística.

Detrás de su capacidad de síntesis y del disfraz de la modestia que la acompaña, El cuarto azul es una película de una notable ambición en su consistencia visual: en un formato casi cuadrado (el 1:33, el "académico", casi en desuso), Amalric encierra a los personajes -sobre todo al suyo- y dispone líneas verticales que reencuadran y recortan lo que vemos y lo que ven los personajes. Ventanas, ventanillas, persianas, puertas, columnas, calles estrechas; son formas que se repiten, motivos visuales que ayudan a sumar un aire de homogeneidad a la solidez y a la sordidez de este cuento francés hecho con colores que se establecen de forma estratégica. El rojo de la sangre y de la mermelada, el azul del cuarto y el blanco de la luz que transparenta, que deja ver con claridad aquello que el narrador nos permite.

La nitidez del ambiente evidencia, también, la infranqueable opacidad de estos personajes y este relato que impone su conexión con una zona del cine de Claude Chabrol (de hecho, ha ganado el premio Chabrol 2015, instituido luego de su muerte). En la comparación, claro, El cuarto azul nos lleva a pensar en cuánta más maldad zumbona habría agregado Chabrol a las peripecias de estos amantes. Hasta la podría haber llamado -socarronamente- "el vendedor de maquinaria agrícola y la farmacéutica".