El conjuro

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

Donde viven los muertos

El director James Wan eligió para "El conjuro" el terror clásico. A diferencia de "El juego del miedo", donde abundaba la sangre, las torturas y el sadismo, en este caso el cineasta malayo apunta al terror sicológico, pero con matices aportados por el elemento sobrenatural.
La trama está plagada de los elementos icónicos del género: una casa victoriana medio derruida en medio de la nada, muertos que acosan a sus habitantes y un diseño de arte impecable al servicio de ese contexto. La historia, se aclara, está inspirada en el caso real de los Perron y sus cinco hijas. El matrimonio, a principios de los 70, pide auxilio a Lorraine y Ed Warren, famosos por saber cómo tratar con fantasmas y demonios y ponerlos en su lugar. (Un dato curioso: Lorraine Warren tiene un breve cameo ubicada en la primera fila de una de las charlas que los Warren dan en una universidad).
Con algunas referencias y homenajes al cine de terror de Carpenter ("La niebla"), Wes Craven ("Pesadilla") y Hitchcock ("Los pájaros"), y por supuesto a William Friedkin ("El exorcista"), Wan se propone, durante casi dos horas, sugerir antes que mostrar (la mujer poseída es cubierta por una tela, un fantasma se ve sólo como un reflejo en un espejo), con lo cual potencia el efecto perturbador y deja al espectador libre para enfrentarse con la fuente misma de sus temores: su imaginación.