El conjuro

Crítica de Juan Pablo Schapira - Tranvías y Deseos

Hace unos meses, cuando se estrenó, tuve la suerte de ver “Mama”, de Andrés Muschietti. Co-producción española/canadiense, “Mama” es antes que nada un muy buen film de terror. Hace unas semanas, porque me lo debía, me puse a ver “La Noche del Demonio” (de aquí en más “Insidious”), film de terror de James Wan. Me gustó tanto que al pasar unos días lo vi de nuevo y me di cuenta: esto es algo distinto. Ojo que “Mama” también lo es, pero esta nota habla de “El Conjuro”, que además de ser lo nuevo de Wan y uno de los mejores títulos del año -que todavía está en cartel-, es una excelente película de terror; que revisa y trabaja todas las aristas –buenas y malas- del género, aporta otras y, en suma, lo planta en un mejor lugar de cara a lo que viene. De todos modos se me hace que películas como “El Conjuro” no las vamos a encontrar muy seguido. Probablemente así sea mejor. Despliego algunas categorías para orientar y hacer más amena la lectura mientras detallo las claves de la película (no se alarmen, no hay spoilers).

El cine de terror autoconsciente. En “El Conjuro” el director realiza una operación casi de autor. Estamos hablando de la persona que nos trajo “El Juego del Miedo” (antes de que la hicieran pelota) y se atrevió con el tema de la venganza por mano propia en esa peli con Kevin Bacon que no es de lo más recomendable. Es posible que Wan haya encontrado la máxima expresión de su oficio en el terror como género, y luego de “Insidious” va apostando de a poquito a más. ¿Por qué autoconsciente? Porque se sabe visto y evaluado; sabe que el público está esperando ver ciertas cosas y responde a esa expectativa entregando algo distinto. Y funciona por dos, porque el que sabe quien es Wan lo aguarda atento, desafiante; y el espectador desprevenido también lo espera porque se lo está pidiendo implícitamente al género. ¿La escena clave? Hay un momento, de noche, en el cuarto en que dos hermanas duermen y una se ve aterrorizada por algo que está detrás de la puerta. Lo inesperado no es tanto que nosotros no veamos lo que ella señala en ningún momento y que aún tengamos miedo (la película nos preparó mucho para ese momento y libera allí una gran dosis de tensión: primer acierto), sino que su hermana –apenas unos años mayor que ella- tampoco. Que sólo pueda verlo una de ellas es un tema sutil que la película trabaja de fondo y al cual volveremos sobre el final. Creer o no creer, ver o no ver; son dos caras de la misma moneda. Esto también estaba en “Mama”: los más chiquitos lo creen (lo ven) todo.

El ‘meto todo y sale bien’. Las grandes películas son esas que contienen mucha información, la ponen toda junta y no nos parece un despelote ni nos damos cuenta. En “El Conjuro” hay dos familias: una, los Perron, que se mudan a una casa enorme y vieja y se ven amenazados por una presencia oscura; la otra, los Warren (impecables Patrick Wilson y Vera Farmiga), un matrimonio que se dedica a tratar casos de espiritismo. Y ahí lo tienen. Casa vieja, enorme y alejada, espíritus, entes, fantasmas, demonios, los cazafantasmas en todo su sentido (equipo, parafernalia). Wan amontona todos los códigos y lugares comunes del género. Es un desubicado, pensaremos. El falso documental como base, la cámara en mano con impresión de realidad en un pasaje (vale decir que ese breve momento en “El Conjuro” funciona mejor que todas las ideas que constituyen a “Las Crónicas del Miedo 2”, estrenada la semana pasada). También hay ecos de cosas viejas y gastadas, lavadas, que ya uno desconfía de su correcta utilización en un film. Hablo de pájaros negros que vuelan para todas partes y hasta de exorcismo. Cada uno de estos elementos tiene un sentido en el desarrollo de la película, y todos suman en un sentido positivo.

Lo nuevo. Al menos desde la autoconsciencia y desde lo que el propio Wan desarrolla en diferenciación con el género y con su obra anterior, hay una serie de recursos y decisiones a destacar. En primer lugar, “El Conjuro” trabaja de día. Esto ya estaba en “Insidious”, pero aquí se destaca más por lo imponente del espacio. El cine de terror nos acostumbró a la oscuridad y ya era hora de que se sepa que el horror acecha –y valga la redundancia- a toda hora. Wan entiende esto y sus películas no tienen diferentes acercamientos narrativos hacia el susto sea de día o de noche. El espectador puede sobresaltarse de la misma forma con el sol del atardecer. Por otro lado, la cámara está muy inquieta. Casi un personaje más, se mueve por toda la casa y explora, a veces con inusitada velocidad. La diferencia con “Insidious” está en que allí había menos movimiento; en comparación al resto del cine quizá recordemos este film por la inesperada elegancia de este movimiento. Por último se nota el riesgo cada vez más alto que corre el director, trabajando en cada película con una cantidad mayor de personajes. Aquí Wan no sólo se carga a dos familias, sino que se anima a trazar todo el tiempo subtramas; historias laterales que no descuidan nunca el lujo de detalle y dan cuenta de una capacidad y un dominio narrativo que ya de por sí el género no sale a buscar. ¿La música? Tema aparte. Un hallazgo de Joseph Bishara que comenzó en “Insidious”.

La desaparición del susto. Primero debemos remarcar el hecho de los pocos golpes fuertes que tiene “El Conjuro”. Pocos gritos insoportables o escenas de resolución aterradora. Confiando en su pulso, Wan nos hace esperar cada uno de los contados ataques sorpresa que preparó. Y aún cuando no fueron demasiados, repite la operación que ya estaba en “Insidious” y se olvida del susto. Esto es importante para notar que estamos viendo un epílogo en un film de terror (media hora) que no busca expresamente abofetearnos sin parar. El recorrido hasta el momento, con el clima generado, y el hecho de que los personajes nos importan, logra que no padezcamos esta ausencia. Sí hay muchos momentos fuertes sobre el final, pero son principalmente de contenido emocional. El susto se elimina.

El doble final o la doble declaración. Hay primero, en una escena al pasar, una nota de color que el guión pone en evidencia, haciéndole decir al espiritista Ed Warren que no cree en vampiros. Y claro. Si es lo único que llega a las salas y ya se está agotando. De “Crepúsculo” (que la primera era buena, vamos) para acá, toda vuelta posible que la televisión y el cine le han dado a ese universo tiene su más reciente exponente en “Cazadores de Sombras”. De vampiros a hombres lobo, de allí a la pelea de ángeles y demonios, siempre que haya una chica linda en el centro o una novela exitosa detrás, cualquier película justifica su existencia. “El Conjuro” no sólo atenta contra esta suerte de monopolio vampiresco, defendiendo en contraposición el género de fantasmas. Al final, de forma explicita, reafirma la posible existencia de su contenido y refuerza toda la operación que es la película: tanto como film de género y como película con fuentes certeras que trabaja la temática con seriedad. Cualquiera que conozca del tema corroborará este trabajo más histórico de fondo.

¿Cuál sería, en esta lectura, el discurso del equipo de realización? Estamos haciendo una película perfecta, llevamos gente al cine y recaudamos entradas –en USA es uno de los mayores éxitos del 2013-, pero también te decimos que esto existe y que depende de vos creerlo o no. Por eso la caja musical no muestra a nadie. Así es más certera y más concisa la declaración, y se evita que los rombos giren en la eternidad (aprovecho para reafirmar mi molestia con “Inception” y con su final). Tampoco hay mucha parafernalia aquí. Lo fantasmal se construye desde lo real, porque no hay duda de que es así.