El conjuro

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Los que miran atrás de las puertas

Es muy difícil asustar con películas sobre posesiones y casas embrujadas, en una era en el que “El Exorcista” y “Poltergeist” se hicieron hace mucho tiempo. Desde entonces, se han ensayado numerosas exploraciones, con desigual suerte. En los últimos tiempos, vienen primando aquellas iniciativas basadas en teoría en casos reales (“El exorcismo de Emily Rose”, “El último exorcismo”) o en la ambigüedad de las found tapes (la saga de “Actividad paranormal”). El último fenómeno de público fue “Mamá”, del argentino Andrés Muschietti.

Por esos senderos transita el guión escrito por Chad y Carey Hayes, rodado por James Wan, creador de la saga de “El juego del miedo”. Lo peculiar es que aquí se suben a una dupla de personajes históricos, que en Estados Unidos han sido parte del folclore de lo paranormal: se trata de Ed y Lorraine Warren, matrimonio de investigadores de fenómenos paranormales y autores asociados de varios casos acaecidos en casas encantadas, muy activos en los ‘50 y ‘70.

Ed falleció en 2006, pero Lorraine figura en los créditos como asesora, lo que vendría a reforzar el verismo de la cuestión. De entrada, en los créditos iniciales se nos dice que Lorraine es una clarividente, mientras que Ed era el único demonólogo no ordenado como sacerdote que reconoció la Iglesia Católica.

Habitantes ocultos

Tras un caso con una muñeca (que sirve para mostrar su modo de trabajar y su museo de objetos encantados), el matrimonio tendrá que atender el caso de la familia Perron, un matrimonio con cinco hijas que se muda de Nueva Jersey a Harrisville, Rhode Island, a una casa antigua de madera, junto a un lago. Allí empezarán a suceder diversos hechos que implican interacción física de alguna entidad sobrenatural, que parece juguetona al principio (“espíritus chocarreros”, dirían el “El Chavo”) pero que empiezan a derivar en agresiones físicas.

Los Warren deciden que deben salvar a esa familia, sin sospechar que pondrán en peligro la propia. Así arrancarán una pesquisa a su estilo, hasta que la sensibilidad de Lorraine descubre el entramado místico: cuál es el espíritu que originó todo y qué quiere, porque en realidad en la casa viven más fantasmas que gente, o más o menos.

La trama transita por varios registros y tópicos: la investigación sobrenatural “seria” de los Warren; el desenmascaramiento del espíritu maléfico (que se resuelve con una visión y una consulta a un par de archivos); un terror soft que juega con los yeites del género (incluyendo la benjamina que hace amigos fantasmagóricos) pero nunca alcanza el “ah, me hice encima”; algunos chispazos de humor, algo que siempre se usa para cortar (y para que el espectador baje la guardia antes del último susto); y un clímax con un exorcismo, que no está mal pero que después de tantos filmes parece un procedimiento tan habitual como un tratamiento de conducto, al menos para el espectador avezado.

Verismo

Podría pensarse que es bastante difícil mostrar una época que algunos espectadores recuerdan directa o indirectamente. Todo es mérito de Julie Berghoff (diseño de producción), Geoffrey S. Grimsman (dirección de arte), Sophie Neudorfer (escenografía) y Kristin M. Burke (vestuario).

John R. Leonetti aporta una fotografía con aire de foto vieja, aunque un poco más luminosa en la “tranquila” casa de los investigadores que en la “movida” casa de los Perron (donde la cámara también es bastante movida).

El elenco es una de las claves de la credibilidad del relato, y tiene como puntos fuertes las actuaciones de Vera Farmiga como Lorraine, Patrick Wilson como Ed y Lili Taylor como Carolyn Perron, quienes llevan las mayores exigencias. Ron Livingston como Roger Perron cumple, y Shannon Kook como el ayudante Drew y John Brotherton como el policía Brad ponen el toque decontracté al relato. El resto pasa por las hijas: Shanley Caswell (Andrea), Hayley McFarland (Nancy), Joey King (Christine), Mackenzie Foy, (Cindy), Kyla Deaver (la pequeña April) y Sterling Jerins (Judy, la hija de los Warren).

En definitiva, aunque sin innovar, el cóctel resulta atractivo, y mantiene en vilo al espectador hasta que llegue el momento de la tranquilidad, lo que la vuelve en una de las pocas películas de terror aptas para ver de noche.