El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

El terror tiene sus códigos, como todo género, y la saga de El conjuro, con su creador James Wan a la cabeza, supo apartarse de lo grotesco, sanguinolento y perverso en que había caído Hollywood para centrarse en el miedo como presencia maligna, y no en algo meramente atroz.

El temor que sentimos no es el mismo que cuando sabemos que van a cortar, triturar o deshacer cuerpos a lo loco y sin sentido.

No. El temor es peor con El conjuro.

Es por esa inmediatez que Wan ha sabido transmitirnos con Ed y Lorraine Warren, que investigan hechos paranormales, pero que son gente como uno.

Vaya uno a saber por qué James Wan, el cerebro y director detrás de las dos primeras El conjuro y creador de la saga de El juego del miedo, decidió saltar del género del terror (también realizó las dos primeras de La noche del demonio) para dirigir Aquaman y desligarse de El conjuro 3.

Soltó, pero no se desvinculó del todo, ya que imaginó o escribió la historia, pero no el guion, y figura como uno de los ¡nueve! productores de la tercera parte de la saga.

A los Warren los llaman a resolver casos que ocurrieron -porque se basan en hechos reales, cada vez más readaptados al lenguaje cinematográfico, puede ser, pero que sucedieron-.

Y si hay algo que atrae desde el primer segundo de la primera El conjuro a la fecha es que los Warren, ese matrimonio, son como cualquiera de nosotros.

Hablan y se mueven como cualquier vecino, y cuando alguien cuestiona o les pregunta por sus quehaceres responden con el mismo timbre de voz con el que pedirían sal, más pan para la panera o la cuenta en un bodegón.

Claro, Lorraine (Vera Farmiga) tiene un don, que es el de ver lo que otros no perciben, y en El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo tendrá que estar atenta a lo que le pasa a su esposo demonólogo Ed (Patrick Wilson).

A diferencia de las dos primeras estrenadas en 2013 y 2016, la historia no comienza en una casa embrujada o poseída, sino que los Warren están, sí, en una casa, pero en medio de un exorcismo de un niño.

Esa primera escena de El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo, parece asegurar que la posta de Wan a Michael Chaves (La maldición de La llorona) no hará extrañarlo.

Pero no.

Con un tratamiento distinto al de El conjuro 1 y 2 -al no estar centralizada en una sola locación, la historia es como que se abre y en cierta manera airea, pero pierde algo de cohesión, congruencia-, la película, más que de terror sostenido, descansa -es una manera de decidir- sobre las investigaciones.

Por qué el demonio que es liberado del pequeño pasa al cuerpo del novio de su hermana, que “lo obliga” a hacer lo que hace.

Por ejemplo, clavarle 22 puñaladas a otro joven que parecía pasarse de bueno con su novia.

Si siempre Ed y Lorraine funcionaron como una pareja aceitada y asentada, que se ama, se conoce y protege, El conjuro 3 es, casi, como su historia de amor.

Entre medio de exorcismo, posesiones y rituales satánicos, por supuesto.

Ed y Lorraine Warren existieron, y vivieron 61 años casados, hasta que Ed murió en 2006. Lorraine falleció hace dos años.

Si no hay Conjuro 4, la despedida es redonda, aunque la película precisamente no lo sea.