El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo

Crítica de Emanuel Juárez - Cinergia

Basada en los archivos del caso de Ed y Lorraine Warren

Ambientada en los años 80, la tercera entrega de la saga original de El conjuro se gesta a partir de uno de los casos más resonantes del matrimonio Warren (ACÁ pueden leer la historia real). En esta ocasión, Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga) deberán utilizar sus dotes para ayudar al joven Arne Johnson (Ruairi O’Connor), quien cometió un asesinato luego de ser poseído por un ente maligno.

A estas alturas del partido, difícilmente alguien no haya presenciado la proyección siquiera de una de las tantas películas que se desprendieron de la obra original de James Wan allá por el 2013. Las aventuras basadas en la famosa pareja de demonólogos despiertan pasiones a lo largo y ancho del planeta, sin importar que tan decente sea la historia que tengan para contar. Quizás el mayor exponente dentro de este largo y enrevesado camino sea la muñeca Annabelle, pero los síntomas de desgaste por exprimir al máximo estas crónicas paranormales ya son notorios.

Dejando de lado los cuestionables spin off, los largometrajes centrados en la pareja interpretada por Wilson y Farmiga son grandes aciertos dentro del terror comercial. De más está decir que gran parte de esto se debe a la experiencia de Wan dentro del género, así como también a la química que envuelve a los actores antes mencionados. Sin embargo, el posible cierre de esta trilogía lejos está de alcanzar la calidad que ofrecieron sus antecesoras y si bien no llega a ser una total decepción, se aleja bastante de los elementos que hicieron grandes a las anteriores entregas.

El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo tiene un arranque prometedor que nos recuerda porque esta es una de las producciones de horror favoritas del público. La lucha por el alma de un niño desemboca en el primer caso de la historia de los Estados Unidos en el que un sospechoso de homicidio alude su comportamiento a una posesión demoniaca. A partir de este suceso, para evitar que el joven sea sentenciado a la pena de muerte, los protagonistas deberán encontrar las pruebas pertinentes de que tal afirmación es real. Obviamente, las cosas no resultan como ellos esperaban y las amenazas crecen mientras que el tiempo se agota.

A priori, este nuevo capítulo pareciera respetar el modus operandi que Wan legó a Michael Chaves, pero luego de un primer acto aceptable, la propuesta se aleja del clásico cuento de casas encantadas y dramas familiares para adentrarse en un viaje hueco y carente de emoción hacia la oscura verdad que esconde el caso.

Cuando hablamos de El conjuro sabemos que mediante el miedo conoceremos dramas muy cercanos a nuestro día a día. Historias de familias disfuncionales que a través de sus motivaciones darán lugar a la duda sobre la veracidad de lo que estamos viendo. Eso sí, siempre desde la perspectiva de los Warren, que dotan a la franquicia de una sobresaliente dimensión humana. Pues bien, en esta oportunidad todos los ingredientes que acompañan a la relación que existe entre sus protagonistas son vagamente elaborados y allí radica una de sus principales fallas.

Las tramas secundarias carecen de un eje del cual sostenerse, punto que influye a la hora de conectarse con el principal contratiempo. A su vez, el matrimonio se ve obligado a cargar con todo el peso narrativo y si bien no falla, tampoco alcanza para cubrir las decisiones obvias y desanimadas que toma el filme durante su extenso metraje.

Las secuencias terroríficas se encuentran distribuidas de manera decente, aunque no resultan tan inteligentes como las visionadas anteriormente. Pese a esto, ofrece algunos momentos destacables, entre los que se encuentran el crimen que funciona como disparador de la trama principal y una escena que incluye el fenómeno del doppelgänger de la cual es mejor no spoilear.

A casi una década de su inicio, es aceptable que la fórmula encuentre sus altibajos. Siendo sinceros, las fábulas derivadas de la franquicia tampoco hicieron justicia a lo que la original supo ser, a excepción del trabajo de David F. Sandberg en Annabelle 2: la creación (Annabelle: Creation, 2018). Tal vez sea hora de dejar descansar a los Warren, antes de que sea demasiado tarde.