El conjuro 2

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

En 2013 el estreno de El Conjuro no solamente significó un éxito de taquilla; pocas vece hay un consenso tan general en una película de género entre público y crítica acerca de la calidad del resultado, al punto de hablar de un clásico instantáneo y de expectativas altísimas desde los primeros trailers.
Su secuela no se iba a hacer esperar, en el medio, un Spin Off que no corrió con las mismas opiniones favorables aunque sí repitió parcialmente su éxito.
El Conjuro 2 repite el mismo equipo, su director James Wan un nombre puesto en el cine de terror; los guionistas Chad y Carey Hayes (La Casa de Cera) a quienes se les suma David Leslie Johnson (La Huérfana) más el propio director; y lo fundamental, la misma pareja protagónica.
La historia comienza en 1975, el matrimonio de expertos paranormales conformado por Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Fármiga) se encuentra analizando uno de los casos de posesión más famosos de la historia, la casa de Amityville en el 112 de Ocean Avenue, precisamente el caso que puso a los reales Warren en el tapete de las noticias. Lorraine presiente, tiene una de sus visiones espectrales y nuevamente entra en pánico al haber estado tan cerca del infierno.
Dos años después, los Warren ocupan horas en programas de talk-shows que cuestionan sus actividades. Pero la acción principal se traslada a London, en el barrio obrero de Enfield, allí vive Peggy Hodgson (Frances O’Connor quien tuvo una ráfaga de éxitos en la primera mitad de la década del 2000) madre de cuatro hijos recientemente abandonada por su marido.
Las dos hijas de la mujer, Janet y Margaret (Madison Wolfe y Lauren Esposito) juegan con una tabla ouija construída en la hora de manualidades del colegio. Esa misma noche lo inexplicable comenzará a ocurrir.
Janet caerá presa de un ente (¿Un fantasma?) que la posee y domina la casa con una brutalidad inusitada. Peggy presenciará uno de esos hechos y el pánico se adueñará de la familia y los vecinos.
Mientras tanto, en EE.UU., Lorraine continúa con sus premoniciones cada vez más clarificadoras e insiste a su marido de abandonar “la profesión”. Ambos serán convocados por la Iglesia Católica como observadores en el caso Enfield, y aunque primero se negarán terminarán aceptando y viajando al viejo continente.
Lo que sigue no lo adelantaremos aunque no ofrece mayor sorpresa sobre lo que puede esperarse de una secuela de El Conjuro. Solo decir que a los Warren se suma otro investigador inglés Maurice Grosse (Simon McBurney) y la escéptica psicóloga y parapsicóloga Anita Gregory (la alemana Franka Potente, otra cara recuperada del cine de género).
Eso es lo que define a esta propuesta, no ofrece mayores sorpresas. El suceso de la primera entrega sería digno de un interesante análisis. El cine de casas embrujadas y posesiones es un subgénero propio dentro del terror. Hay películas de todo tipo y clase sobre esos temas. A primera vista El Conjuro no parecía entregar nada nuevo, se replegaba en efectos y trucos ya vistos varias veces ¿Entonces qué era lo que la hacía destacable? Quizás precisamente eso, que se trataba de un film clásico, que no intentaba apabullar con parafernalia nueva y colocaba todos los elementos que ya conocíamos pero bien hechos y con el presupuesto digno de una “película importante”, más el plus de tratarse de un caso real y de un matrimonio medianamente conocido.
El Conjuro 2 saldrá mejor parada cuando se apegue a esa misma idea, cuando se acerque a lo clásico, que por suerte es la mayor parte de su extenso aunque no aletargado metraje. El presupuesto esta vez es mayor y se nota, pero eso le permite hacer uso de algunos efectos digitales que no encajan del todo bien con la propuesta.
El gran acierto es centrarse en los personajes, Ed y Lorraine son seres que nacieron para formar parte del mundo del cine de terror, y tanto Patrick Wilson como Vera Fármiga les sacan todo el jugo posible a sus criaturas. La química entre ellos es fuerte, crean empatía con el resto y con el público, y algo que sí marca la diferencia, se creen lo que están haciendo. Para mejor, esta vez, el guión les dedica mayor espacio, se los va en su intimidad y tienen una historia propia (aunque es demasiado similar a la que ya vimos en la primera película).
El hecho de colocar a dos caras reconocidas como O’Connor y Potente también colabora con la identificación y ambas se destacan en personaje si se quiere antagónicos. Lo mismo para con la pequeña Madison Wolfe quien logra expresar el terror y el desconcierto sobre lo que pasa por su cuerpo.
Hay algunas incongruencias y hechos que no quedan del todo claros, como detalles para el espectador más atento que tampoco tienen demasiada explicación; pero nada de eso pareciera influir demasiado sobre lo que vemos.
La ambientación también es otro punto fuerte, la granulada fotografía de Don Burgess entre lo clásico y lo lúgubre, y la banda sonora con varios hits de la época acompañada por tonos tétricos de Joseph Bishara; realizan un importante aporte en el logrado clima.
Wan sabe cómo asustar, los golpes de efecto son la especialidad del director de El Juego del Miedo, y acá otra vez abundan, en buena ley.
Salvo algunos detalles imperceptibles, y un ritmo no del todo parejo; todo parece ser correcto en esta secuela entre más se relaciona con su original. Al igual que aquella ofrece un entretenimiento digno y poco más de dos horas en las que no se puede despegar los ojos de la pantalla. También deja esa sensación de que todo esto ya lo vimos, quizás a otro nivel de producción, quizás en un grado mayor de improvisación, pero lo transitamos, y podemos ir adivinando a ciencia cierta cada uno de los pasos que el argumento irá entregando.