El conjuro 2

Crítica de Diego Papic - La Agenda

En la boca del miedo

El conjuro 2 se parece a las películas de espíritus de los ‘70 y '80 y tiene dos virtudes: no apela a la nostalgia y, sobre todo, asusta.

Es probable que el terror sea el género de la infancia. Todos recordamos alguna película que nos provocó pesadillas durante días, que nos hizo temerle a la oscuridad más que de costumbre; y por más sensibles que sigamos siendo de adultos, es difícil que la intensidad de ese miedo se repita. De grandes nos reímos de cosas distintas que de chicos, pero nos seguimos riendo. El terror, en cambio, ese tipo de terror, ya no se consigue.

Los que crecimos en los '80 con el apogeo del VHS y los videoclubes convivimos, sin saberlo entonces, con una suerte de edad de oro del género. Cuando todavía no sabíamos quiénes eran Sam Raimi, Tobe Hooper o Wes Craven, veíamos sus películas fascinados y aterrados. Esa fue mi puerta de entrada al mundo del cine, una puerta que parecía ser la del Infierno y terminó siendo la del Paraíso.

El conjuro 2 -y su predecesora- están dirigidas por James Wan, un tipo de esa generación (tiene 39), admirador de esas películas. Además de un talento evidente para la puesta en escena y el manejo de la cámara, Wan tomó una decisión inteligente: El conjuro no es un homenaje, ni una remake, muchísimo menos una parodia; es una película moderna pero hecha como si estuviéramos en los años '80, como si la serie Scream y su autoconciencia no hubieran ocurrido.

El resultado es extraordinario. Lo fue en la primera entrega y repite ahora, aunque la fórmula sea casi idéntica. El matrimonio de parapsicólogos Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) son convocados por la Iglesia Católica para comprobar si los reportes de actividad paranormal en la casa de una familia en Londres son ciertos o son un engaño. Ahí vive Peggy Hodgson (Frances O'Connor) sola con sus cuatro hijos. Una de ellas, Janet (Madison Wolfe, futura estrella), es la más afectada: empieza a despertarse en lugares extraños de la casa y a hablar como poseída.

Los modelos son evidentes: El exorcista, La profecía y Poltergeist son algunos, pero también otras películas clase B como El ente y Aquí vive el horror. Para eso James Wan ambienta su historia en 1977 -todas esas películas son de entre 1973 y 1982- y se dedica a trabajar con cuidado cada escena para exprimir al máximo las posibilidades de tensión y sobresalto. Wan sabe que aunque la génesis del miedo siempre sea la misma, un chico hoy está expuesto a una cantidad de material mucho mayor y más cruento que el de un chico de hace treinta años; las muertes reales están en YouTube. Y que los chicos que nos asustábamos con la mirada de Damien o con Carol Anne frente al televisor con lluvia hoy somos adultos que le tenemos más miedo a un cheque de pago diferido que a un espíritu. Pero sabe, también, que para llegar al corazón de nuestro miedo las únicas armas posibles son las cinematográficas.

El conjuro 2 es una película de terror al estilo de las de los '70 y '80 que da miedo en 2016 tanto a los que fuimos chicos en los '80 como a los que son chicos hoy, que no apela a la nostalgia ni al posmodernismo. James Wan hizo algo que parece sencillo pero no lo es: volvió a las fuentes. Para volver a las fuentes y que su película funcione hoy es preciso ser creativo para que las imágenes provoquen escalofríos, dominar el lenguaje del cine. Y eso no es para nada sencillo.