El color que cayó del cielo

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Un viaje a lo desconocido

¿Qué es lo verdaderamente importante en El color cayó del cielo? En principio, el nuevo documental de Sergio Wolf -crítico de cine, docente, ex director del Bafici- se propone develar algunos de los misterios que giran alrededor del Mesón de Fierro, un enorme meteorito descubierto por los colonizadores españoles que llegaron a fines del siglo XVI a Campo del Cielo, zona ubicada en el límite entre las provincias de Santiago del Estero y Chaco. Wolf viaja hasta el lugar, descubre la leyenda de los indios mocovíes, convencidos del estatus sagrado de todo el asunto, y entrevista también a dos estadounidenses que se han especializado en el tema: un científico, el profesor William Cassidy, y un hombre que tuvo la habilidad de inventar un gran negocio, Robert Haag, traficante de rocas espaciales. En ellos encuentra las dos fuerzas antagónicas que mantendrán viva la tensión en la película: el estudioso amable y discreto interesado en la geología y las "ciencias planetarias" frente al hiperbólico dealer de meteoritos que seduce con las armas del showman.

De a poco, el documental parece ir abandonando el objetivo inicial -la investigación de un fenómeno sobre el que sobran las teorías- para dejarse llevar por las extravagancias de Haag, que no se priva de nada: muestra con orgullo el costoso caserón el que vive en Tucson (su "baticueva"), exhibe también su impactante colección de meteoritos y detalla su discutible modus operandi: si algo cayó del cielo, no es propiedad de nadie. O sí: es del primero que lo encuentre y tenga los medios suficientes para apropiárselo. Eso fue lo que ocurrió cuando Haag (una especie de Roger Daltrey súper excitado) intentó, en la década del 90, llevarse de Campo del Cielo un enorme meteorito y terminó preso gracias a la fortuita intervención de un policía local.

Aquella trama absurda terminó provocando el nacimiento de una legislación de protección patrimonial y seduciendo a Wolf tanto como para dedicarle un buen tramo de un film que, igual que su ópera prima, Yo no sé qué me han hecho tus ojos -codirigida con Lorena Muñoz- inicia el viaje con un destino que parece preciso y termina sorprendiendo llevándonos a más de un lugar nuevo. Una vez que abre esa virtual caja de Pandora, Wolf se entrega, se deja llevar y no descarta casi ninguna de las posibilidades que le ofrecen, incluyendo el rescate de una serie de materiales fílmicos originales y asombrosos que develan su pasión por el cine. Eso es, en definitiva, lo verdaderamente importante.