El código enigma

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Héroe entre bambalinas.

Para elaborar un buen thriller no sólo hay que tener una trama ingeniosa, sino personajes que hagan crecer y creer lo que se está contando. Y los que aparecen en El Código Enigma son reales, no de ficción, aunque parezca de película la manera en la que el matemático y genio Alan Turing y sus compañeros logran descifrar el código de mensajes encriptados que utilizaban los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y que cambiaban cada 24 horas.

Por eso era una lucha contra el tempo, el cansancio, y los medios con que disponían en los años ’40…

Turing era lo que hoy comúnmente denominaríamos un hacker, pero bastante antisocial, y con una compleja historia personal detrás. Benedict Cumberbatch (la serie Sherlock, El quinto poder) vuelve hasta querible a este ser tan esquivo, que sufrió y mucho por cuestiones que tal vez no convenga adelantar a posibles espectadores que no conozcan la vida de Turing. Algo así como el padre de lo que hoy es la computación, Turing se encerró y creó un dispositivo gracias al cual la Guerra terminó antes y salvó a millones de inocentes.

Lo que el director noruego Morten Tyldum (Cacería implacable) consigue es ficcionalizar la historia y convertirla en un relato casi de aventuras, por momentos, y un drama existencial, por otros. Pero nunca recarga las tintas ni presenta a Turing como un máximo héroe, sino hasta como una víctima de su tiempo.

Las tensiones que se van originando y encimando, los secretos que Turing ya no podrá ocultar, el espionaje y contraespionaje interno, en fin, situaciones que Tyldum va aprovechando para erigir un relato entretenido, siempre convincente.

Keira Knigthley sigue sorprendiendo, y demostrando que cuando le dan un papel con carne, sabe hincarle el diente y sacar de él lo mejor. Pero la estrella aquí es Cumberbatch, trabajando desde lo gestual la intimidad de Turing, dando muestras de que se puede copiar físicamente y hasta cómo se mueve una persona real (Redmayne en La teoría del todo), pero más valor tiene llegar a expresarle al espectador lo que siente.