El código enigma

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Genios incomprendidos, hombres pequeños frente a un gran descubrimiento, los nombres desconocido detrás de la gran historia. El cine le ha dedicado varias páginas a estos curiosos seres.
"El Código Enigma" vuelve sobre ello, inteligentemente ampliando la mirada hacia una cosmovisión del asunto. Con dirección del noruego Morten Tyldum y guión de Graham Moore basado en la biografía de Andrew Hodge, nos presenta la vida de Alan Turing un matemático inglés que formó parte de un proyecto para descifrar la serie de códigos con la cual la Alemania Nazi se comunicaba con sus fuerzas aliadas.
Creado durante la Primera Guerra Mundial por una máquina encriptadora llamada Enigma; fue Turing, durante la Segunda Guerra quien terminó desencriptándola con la creación de un sistema que sentaría las bases para la informática moderna.
A la manera de la subvalorada "Una mente brillante" de Ron Howard, "El Código Enigma" no se centra específicamente en el hecho de la labor descifradora de Turing, lo toma en tres etapas de su vida, nos muestra al ser detrás del genio, y a su vez, tampoco se queda en su figura, analizando todo su contexto.
En su niñez y adolescencia Turing sufrió los suficientes inconvenientes que forjaron su personalidad retraída, atípica. Durante su etapa adulta, es buscado por el Gobierno y los Servicios de Inteligencia Británicos junto a otros matemáticos para cumplir esta labor secreta, siendo utilizado por el mismo con un entramado muchísimo más complejo de lo que un simple ciudadano podía entender.
Ya en su vejez, Turing sufre un ataque en su domicilio y al denunciarlo termina él mismo enjuiciado por delitos de indecencia al quedar expuesta su homosexualidad, nuevamente será usado, o descartado. En la piel del inmenso Benedict Cumberbatch, Alan Turing se convierte en un personaje especial. Su sublime interpretación permite que el espectador pueda comprender todo lo que le sucede en su interior.
Turing no deja de ser un ciudadano común superado por la circunstancia. Su modo analítico de descubrir el código casi de manera didáctica, su modo de actuar, lo muestran como ajeno a lo que está viviendo. La posterior asunción de su figura como el héroe que permitió dar el puntapié para culminar con el conflicto, y los hechos subsiguientes, nos muestran cuanto de manipulación hay en la creación de estas “personalidades anónimas”.
Hay una fuerte carga ideológica en "El Código Enigma" pero a su vez deja que saquemos nuestras propias conclusiones. Para crear ese entorno ideológico están los personajes secundarios, con los rostros de Keira Knightley y Charles Dance entre otros, quienes pese a lucir correctos, sucumben ante la figura preponderante de Cumberbatch.
En los primeros tramos el film adolece de cierta falta de ritmo, pareciera ser más un complejo juego de espionajes en el cual el espectador queda como un tercero sin penetrar, luego el guión se encarga de cerrar el círculo, inmiscuirse en cuestiones más prolíficas que tienen que ver con dramas de la vida misma. Es ahí que la identificación se hace fuerte y cobra el vuelo necesario.
Mucho más que un film de espionaje, mucho más que un film sobre la curiosidad de un genio, "El Código Enigma" entrelaza varios elementos para lograr, en los momentos de alto vuelo, un film de una potencia inmensa.