El código del miedo

Crítica de Nazareno Brega - Clarín

Una de acción, que no otorga respiro

Con un imponente Jason Statham, que se lleva todo por delante, el filme muestra una Nueva York oscura y peligrosa. Más cerca de los guerreros de Walter Hill que de “Sex and the City”.

Una nenita oriental deambula asustada por una estación del subte neoyorquino. Así empieza El código del miedo y, por lo general, si la primera escena de una película está situada en un subte, su director está insinuando que se va a meter de lleno en el submundo de una ciudad, en las profundidades de su costado más oscuro e infernal.

El código del miedo enseguida lo confirma al develarse que la nenita trataba de escapar de la mafia rusa porque, como niña prodigio que puede retener cualquier combinación en su mente, es una pieza fundamental para la mafia china. Ahí mismo, en el subte, Jason Statham decide defender a la nena cuando reconoce a los mismos rusos que asesinaron a su esposa -y le aseguraron que harían lo mismo con toda persona con la que entable relación- porque el ex policía dejó en coma al luchador que debía vencerlo en una pelea arreglada.

Juntos se refugiarán en una Nueva York tomada por el crimen organizado, custodiada por la más sucia policía y al servicio de los políticos más corruptos. Hacía años que el cine no mostraba una Nueva York más afín a Los guerreros de Walter Hill que a la idealización de Sex and the City y las comedias románticas con las “calles limpias” por la “tolerancia cero” del ex alcalde Giuliani. Esta Nueva York peligrosísima de El código del miedo se muestra anacrónica, muy parecida a la ciudad de las décadas de los 70 y 80, pero al mismo tiempo se siente en absoluta sintonía con los múltiples casos de gatillo fácil de los últimos días.

Esa extraña mezcla entre los lúgubres tiempos pasados y el presente rabioso es una de las mayores virtudes de El código del miedo . Boaz Yakin ( Duelo de titanes ) filma a Jason Statham como si fuera Charles Bronson, en busca de cargarse al mundo entero por una venganza, pero con todos los códigos visuales y la brutalidad del cine contemporáneo. Los planos breves con movimientos abruptos y las ejecuciones en primer plano son moneda corriente en el filme y sobresaltan a un espectador que de antemano adivina los vaivenes previsibles de la historia.

El código del miedo es esa película de acción que se vio mil veces, pero con más y mejores piñas, patadas, huesos rotos y tiros.

Y el director Boaz Yakin no es el único responsable. Jason Statham es la gran estrella de acción del presente. En El código del miedo no recurre a esa locura desaforada de Crank ni demuestra la eficaz precisión de El transportador . Aquí el actor británico demuestra que tiene la versatilidad para llevar la película por un camino que comienza con la venganza más salvaje y, a mitad de trayecto, muta en una conmovedora búsqueda de redención que se acerca a El perfecto asesino , de Luc Besson. Sin que se note forzado, Statham se lleva a todos por delante sin que importe que sean mafiosos, policías o políticos, pero jamás ocultará su costado tierno al relacionarse con una nena. Así son los héroes modernos. Como los de antes, pero mejor adaptados a los tiempos que corren.