El código del miedo

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

Que Jason Statham es, hoy por hoy, el menos prescindible de los Expendables junto a Bruce Willis –aunque este haya visto directamente las estanterías en cuatro oportunidades durante los últimos meses-, no es ninguna noticia. La secuela de Los Mercenarios trató de evidenciar que al inglés le pesan sus casi 45 años, algo que ningún otro de sus trabajos deja asomar, pero lo cierto es que todavía demuestra una condición física óptima como para ponerse al hombro cualquier película de acción. En este caso lo hace con Safe, lo nuevo de Boaz Yakin, guionista y director que atenta contra sí mismo sobrecargando el primero de sus roles.

Un montaje paralelo abre la historia y plantea, en unas pocas imágenes, la forma en que Luke Wright y la joven Mei llegan a su conflictiva situación. Al mismo tiempo revela lo que serán sus dos caras: con el pelado con los puños en alto avanzando hacia cámara dispuesto a comerse crudo a quien se pare enfrente, y los primeros atisbos de su confuso guión. Safe es contundente en su puesta en práctica, con sus movimientos repentinos, los golpes constantes y sus armas que disparan de a tres tiros a la vez –"te matan tres veces antes de que toques el suelo", diría la madre de Skinner-. Encuentra en las corruptas calles de Nueva York, donde literalmente matan por unas zapatillas, un tablero en el que desarrollar un peligroso juego de azar, en el que mafias, policías y políticos se disputan el premio que supone atrapar a la atípica dupla. Relato repetido hasta el hartazgo, funciona y supera las expectativas como fuerza de choque, con el imparable y perpetuo avance de Statham para mantener a su protegida a salvo, eliminando en el camino a todo aquel que ose presentarle resistencia.

La falta de experiencia dentro del género le juega una mala pasada al realizador detrás de Remember the Titans y de la adorable Uptown Girls. Todo aquello destacable que consigue desde el puesto de director, logros que tendrían menor resultado si no fuera el británico quien repartiera los golpes, pareciera no ser suficiente para Boaz Yakin, quien trata de darle una complejidad innecesaria a su guión y sólo acaba por generar confusión. Es que como al código en cuestión, rodeado de números inútiles que buscan esconder al árbol en el bosque, este acompaña a su muy lograda persecución permanente, repleta de destacadas secuencias de combate, de una trama que se pretende intrincada, pero que sólo sirve para dejar en evidencia múltiples huecos, desde el pasado del protagonista a la nula motivación de un importante grupo que lo persigue o la incorporación de personajes "relevantes" hasta en los minutos finales.

El director no se contentó con obtener una sólida película de acción, con un protagonista que no encuentra en la venganza la razón de seguir viviendo, sino en su rápida conversión en tierno protector, llegando a desarrollar una amistad poco corriente con su pareja inesperada. Su aspiración hacia algo más trascendental lo arrastra hacia un resultado corriente, y pierde sus logros en el camino por no ponerlos a resguardo.