El código del miedo

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

La fórmula de romper todo

En todas las películas de acción protagonizadas por Jason Statham pasa más o menos lo mismo. Se plantea una situación compleja y él la resuelve a las patadas. El código del miedo insiste con la fórmula. De modo que el resultado de la ecuación es tan previsible como acertado.

El detalle: la acción viene espolvoreada con una pizca de matemática, como para evitar la acusación de que esta clase de cine tiende al exterminio de la actividad cerebral de los personajes y los espectadores.

La experta en números es una nena china superdotada que queda en el centro de un triángulo formado por la mafia china, la mafia rusa y la policía corrupta de Nueva York. Está sola en el mundo, perseguida por criminales y organizaciones poderosas, y sabe que su vida depende de las cifras secretas que conserva en su mente.

De forma simultánea, se desarrolla la historia de Luke Wright (Statham), un peleador profesional fraudulento que noquea por error a un oponente con el que debía perder. En venganza, la mafia rusa asesina a su esposa y a él lo dejan vivir con la melancólica sentencia de que cualquier persona que le hable será ejecutada.

Durante los primeros minutos, El código del miedo propone dos biografías paralelas, contrastantes y complementarias, que son expuestas con verdadero virtuosismo mediante un montaje sincronizado, rápido y brutal. Una vida es extremadamente valiosa y la otra no vale nada. Sin embargo, tanto la niña como el peleador están condenados, y eso es lo que termina conectándolos una vez que convergen en sus respectivas fugas.

Hay que aclarar que se trata de una película de acción pura, en la que los sentimientos apenas son enunciados para pasar a lo que realmente importa: las peleas y los tiros. Está a años luz de El profesional, por ejemplo, donde un asesino a sueldo y un niña generaban entre ellos un vínculo hecho de necesidad afectiva y ambigüedad sexual.

El código del miedo carece de ambiciones en ese sentido. El único tipo de sentimiento que le importa es un sentimentalismo de identificación rápida. Basta con entender que la niña es frágil e inteligente y el hombre es fuerte y honesto. La levísima complejidad del planteo inicial se derrumba en cenizas como esas estructuras que se utilizan para lanzar cohetes espaciales.

Sin innovar en las escenas de persecución y sin proponer una coreografía arriesgada en las peleas y los tiroteos, toda la apuesta de la película se concentra en la velocidad vertiginosa de las imágenes y en la figura de Statham, el único actor que da la sensación de ganar incluso cuando pierde.