Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

El pícaro redimido por su lucha

En cine, los pícaros siempre son interesantes, sobre todo cuando enfrentan a los burócratas de la ley, que suelen ser torpes y mezquinos, necios y malvados. Ejemplos recientes, "El lobo de Wall Street", "Escándalo americano". Pero el pícaro de "Dallas Buyers Club" tiene un mérito mayor: su negocio fue, cada vez más, a favor de la gente.

Dallas, octubre de 1985. Ron Woodroof es un flaco puro nervio, adicto a las minas reventadas, bares, peleas, drogas, apuestas, juerguero y fanfarrón. Le gusta la adrenalina de subirse al toro en una pista de rodeo. No hay nada que pueda llevarlo a la muerte en 30 días, proclama él mismo. Pero los médicos le han diagnosticado 30 días de vida. Tiene sida.

En 1985 el sida es una peste sin remedio. Para colmo, "una enfermedad de putos". Los amigos se apartan, lo repudian, le escriben la pared. Homófobo convencido, debe soportar humillaciones de ambos lados. Pero se instruye, advierte que la droga que están aplicando en el hospital, la AZT, es solo experimental y de dudosos resultados, viaja a México, da con alguien que aplica un cóctel de vitaminas y remedios aprobados en otros países pero no en EE.UU. Y vuelve decidido a crear un negocio: el Dallas Buyers Club, para deshauciados como él. Contrabandea remedios mediante hábiles engaños. Viaja adonde sea. Elude inspecciones. Enfrenta a la industria farmacéutica, y al Estado. Llega a juicio. Se convierte en héroe. Con un socio transexual y la ayuda de una pareja de viejos homosexuales muy discretos.

Se puede ver la película como la redención de un homófobo texano que termina siendo amigo de los gays. O el ejemplo del individuo que enfrenta problemas, Destino, stablishment o lo que sea, por su derecho a la felicidad. O como el típico self made man americano capaz de hacer negocios hasta en la peor situación de crisis.

Ron Woodroof existió. Enfrentó la maquinaria y la muerte. Le diagnosticaron 30 días y duró siete años. Solo que era un electricista, simple espectador de rodeos, lo sostenían su hermana y su hija, jueces, médicos, personal de líneas aéreas y hasta policías de frontera, fue nota en "The New York Times", "Dallas Life Magazine" y otros medios, y nunca tuvo un socio transexual, ni una amiga doctora. Las pocas fotos suyas que circulan por internet muestran un rostro más bien amable.

Matthew McConaughey lo convierte en un tipo fuera de norma que se mueve primordialmente solo, varón recio, decidido, pícaro indomable, bronco salvaje y cargado de energía hasta para caer al suelo sin fuerza alguna. Y levantarse y seguir dando pelea.

Buena actuación, la de McConaughey. Buena también la de Jared Leto, incluso en la esquemática escena del encuentro con su padre rico, distante y (era de prever) homófobo. La película entera es esquemática, salvo una mirada en primer plano al comienzo, y una breve escena con mariposas de la noche, más adelante. Pero igual interesa.

Tres nombres claves: Craig Borden, guionista que entrevistó al personaje real e impulsó la película, Melisa Wallack, coguionista que le impuso los lugares comunes necesarios para hallar fondos, Jean-Marc Vallée, director. Para interesados en la lucha de otros americanos contra la Food & Drug Administration y sus protegidos, en busca de remedios para el sida, se recomienda "Y la banda siguió tocando" (1993, Roger Spottiswoode). El verdadero Dallas Buyers Club no surgió de la nada.