El ciudadano ilustre

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

"El ciudadano ilustre", una película virtuosa al pie de la letra
El nuevo filme de la dupla Cohn / Duprat es una adaptación exacta de la novela sin perder el humor sórdido que los caracteriza.

Quien haya leído El Ciudadano Ilustre, la novela de Daniel Mantovani, habrá notado que en estructura y ejecución es un elegante guión de cine: prosa ligera, inmediatez visual, agilidad para insertar diálogos sin trabar la acción. Tal sumatoria clamaba urgente una adaptación cinematográfica.

Podría considerarse que el oficio de reescritura a cargo de Andrés Duprat, hermano de Gastón, consistió en no caer en la tentación de adulterar la arquitectura o establecer líneas de fuga. La trasposición es puntillosamente fiel, tomándose licencias inofensivas, omisiones microscópicas. A excepción -como no podía ser de otro modo en estos realizador subversivos-, de su último tramo, que propondrá un sofisticado cruce de dimensiones, redoblando la apuesta autoficcional.

Al ser la historia un calco de la novela, entra en juego la agudeza de Mariano Cohn y Gastón Duprat como los encargados de darle vigor audiovisual al libro, e incluso autonomía. El Ciudadano Ilustre, ya la película, es un relato tan absorbente y angustioso como el de su materia prima, así que en absoluto hará falta tener leído el libro para apreciarla.

La premisa seduce de entrada: Daniel Mantovani regresa a su pueblo natal para ser distinguido, pero ese regreso se transforma en un peregrinaje infernal, un vórtice kafkiano al que se le agrega una subtrama de vodevil que aminora la turbulencia intelectual y amplía el espectro de público.

La crueldad habitual de Cohn y Duprat esta vez actúa en piloto automático, como una sustancia intravenosa. Esto posibilita la incorporación de nuevos elementos atmosféricos. En el filme rebasa un patetismo derrotista, algo así como un trueque de cinismo por melancolía. Tanto el escritor autoexiliado en Europa como el pueblo de Salas, astuta metonimia de Argentina, son incompatibles, universos trágicamente destinados a no comulgar, realizándose mutuos reproches y dejando brotar sendas miserias y rencores.

El tono televisivo en la dirección de fotografía, otro sello de Cohn y Duprat, baña al filme de una mediocridad estética que profundiza la insipidez de Salas y sus habitantes. A esta aridez pictórica debe agregarse una puesta que resuelve las escenas con la menor cantidad de planos posibles, casi todos frontales, de cámara inestable. Estamos ante encuadres carcelarios en donde los personajes son arrojados para que lidien con situaciones incómodas, de una violencia siempre a punto de estallar. Como propuesta formal funciona a la perfección y permite que los actores se luzcan sin la tendenciosidad de un montaje.

Con mezclas de thriller y drama, con risas desesperadas y una hipnosis siniestra, El Ciudadano Ilustre se convierte en una radiografía de la resignación en todos sus estratos. El arte, parece decirnos el epílogo, será una desafiante mueca irónica antes de saltar al vacío.