El cisne negro

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

El precio de la perfección

A partir del argumento de una joven, bella y talentosa bailarina que aspira al papel principal en “El lago de los cisnes”, se construyen más de cien minutos apasionantes acerca de la locura (o el delirio) y el rigor del arte que busca la perfección.

Sin ser cine realista, “El cisne negro” muestra cosas reales: las grandezas y miserias del mundo del ballet que valen para todo el universo competitivo del arte. Y admite más de una lectura, aunque predomina la sicológica como en “La pianista” de Haneke, “Repulsión” de Polansky, “Marnie” de Hitchcock o “Carrie” de Brian De Palma, en las que la libido reprimida por exceso de rigor se desvía hacia lo patológico.

El sustancioso guion va desovillando progresivamente el suspenso y la sensación de extrañamiento, con el eco de múltiples espejos; también la sensación de presión física y sicológica sobre la protagonista (Nina) interpretada por Natalie Portman.

Dueña de una técnica perfecta que controla cada movimiento, Nina carece en su danza de vértigo y seducción. Para lograr el protagonismo no le bastará con encarnar al inocuo cisne blanco sino que tendrá que alcanzar el oscuro poder del cisne negro. Atrapada por una madre sobreprotectora, un profesor hiperexigente, la rivalidad cruel entre colegas y el despecho o la envidia de aquellas bailarinas que desplaza, intentará obcecadamente entregarse al riesgo de la plenitud.

En la particular mirada de Aronofsky, uno de los realizadores más sorprendentes del actual cine norteamericano, el roce de la perfección se acerca al éxtasis de los mártires; de ahí, una estética muy cuidada que une la belleza al gozo tanto como al dolor, que se transmite hasta hacer doler el cuerpo.

En el borde

Resulta imposible separar los límites de la barroca vorágine visual del film y sería injusto encasillarlo en un género, siendo recomendable apreciarlo desde el borde, sin otra etiqueta que la de cine de autor. Es cierto que la película incurre en el thriller fantasmagórico y alucinatorio, porque lo fantástico se caracteriza por ser esencialmente ambiguo, a partir de la duda sobre la barrera entre lo real y lo imaginado. Esto se apoya en una constante dinámica de puertas que se abren y cierran sobre externos laberintos sombríos que conducen hacia interiores coloridos pero de iluminación inquietante. La fotografía de Matthew Libatique ayuda a crear una atmósfera malsana y opresiva en cada fotograma, a lo que se suma la cámara en mano, inseparable como una sombra, para espiar en los repliegues profundos del inconsciente. La cámara captura a su personaje y lo encierra dentro de su propio mundo, nos hace partícipes de sus fantasías más secretas y delirios paranoicos.

La interpretación sin fisuras de Portman es uno de los puntales para contrarrestar el desenfreno y los excesos, pero también los actores secundarios son de antología: la revelación de Mila Kunis como antagonista, Vincent Cassel como experimentado maestro implacable, la figura materna (Barbara Hershey) que proyecta en la hija su vocación frustrada y la primera bailarina (Winona Ryder) que debe retirarse por el paso prematuro de los años que corren más velozmente para la danza.

Sin miedo al ridículo ni al exceso,“El cisne negro” conduce su progresivo delirio hacia un clímax muy alto, jugando siempre al límite del desborde, al filo del prodigio o el desbarranco, en una búsqueda perfeccionista donde el espectador también queda atrapado.