El ciclo infinito

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Un astronauta que despierta completamente desorientado en la terraza de un edificio y un hombre con una máscara que le advierte sobre un peligro inminente: una niebla extraña, poderosa y destructiva de la que es preciso escapar. Así empieza El ciclo infinito , un inusual experimento cinematográfico en 3D que combina ciencia ficción y animación hiperrealista ideado por el húngaro Zoltán Sóstai, quien trabajó durante años en diferentes compañías de la industria de los videojuegos y trasladó parte del imaginario forjado allí a su ópera prima.

Estrenada el año pasado en el London International Festival of Science Fiction and Fantastic Film, El ciclo infinito es una de las apuestas de la distribuidora Cinematiko, que ya había traído al país la película Ausencia , de Mike Flanagan, y planea estrenar en 2014 el film de terror El pacto , de Nicholas McCarthy, y Chained , un polémico thriller sobre un niño obligado a vivir en condiciones de esclavitud dirigido por Jennifer Lynch, hija del famoso David Lynch.

En El ciclo infinito , Jack, el astronauta que se encuentra en problemas desde el minuto uno de la historia, queda atrapado en un mundo virtual que, para colmo de males, está a punto de desaparecer, amenazado por esa ominosa niebla. El trabajo de animación de la película es bueno, pero la historia es morosa, confusa y, en el fondo, en las partes donde es más transparente, bastante prototípica, como lo suelen ser los básicos argumentos de los videojuezgos, cuyo universo siempre estuvo lejos de la riqueza del cine. Con la mira puesta en lo visual, la película, a pesar del trabajo de cuatro guionistas, parece olvidarse de ajustar mejor la trama, un defecto que termina por agotar aun cuando su duración no llegue a los 80 minutos. Confeso admirador de Stanley Kubrick y Andrei Tarkovski, el director ha declarado que su primer film está orientado a los que estén más interesados en las preguntas que en las respuestas. Una buena coartada que sin embargo no alcanza para mitigar el agobio que por momentos provoca un caudal de información visual y discursiva cuya característica central no es precisamente la nitidez.