El cazador

Crítica de Walter Pulero - Cinergia

Entro lo correcto y cuidarse a uno mismo

Ezequiel, un adolescente de 15 años, comienza su despertar sexual en medio del rechazo de otros chicos. En esa búsqueda conoce a El Mono, un joven con quien empatiza y es el punto de partida para cumplir sus deseos, pero lo que parece una relación adolescente, comienza a oscurecerse luego de que ambos se instalen durante un fin semana en la casa del primo de El Mono. Su “amigo” se muestra por momentos arisco e incluso intenta desconectarse de él, pero un mensaje anónimo lo intenta envolver en una red de pedofilia, que lo ubica en una posición de tener que decidir si salvarse a él mismo o hacer lo correcto.

Marco Berger fue en el cine argentino el precursor de historias donde se permitió cambiar no solo la estructura con respecto a la sexualidad, sino estructuras mucho más profundas. En Plan B (2009), por ejemplo, presentó una comedia romántica con un protagonista que se proponía reconquistar a su ex pareja seduciendo al nuevo novio. Naturalmente vemos cómo Bruno comienza a cambiar y empieza a gustarle el novio de su ex. Algo que podría suceder en la realidad e incluso verlo en otra película, pero Plan B pudo dotar de gracia esa nueva relación entre los dos chicos, corriéndose del estereotipo.

Para mi gusto, en algunas de sus siguientes películas Berger comenzó a verse repetitivo o a contar historias fetiches propias, pero se trata totalmente de una mirada personal, que se puede coincidir o no. Con El cazador consigue escapar de todo eso que señalo y ahonda en una temática escabrosa al que el arte le escapa, y en general el cine. Todo lo que concierne a la problemática de la pornografía infantil no es tratado en ningún ámbito, como si de eso no pudiera hablarse, y eso hace que en ese sentido esta película sea especial.

Marco Berger es un gran director de actores y está claro en cómo muestra a sus personajes. El gran acierto en El cazador es el casting y el compromiso de los protagonistas, que permiten con gestos y silencios que la intriga no solo sea parte de un guion establecido, sino que se traslade a un tipo de sensación física que nos recorre como espectadores.

Y el segundo punto a favor, es el hecho de que todo es sutil y no sea explícito. Esa insinuación hace que lo que queda entre las sombras se comprenda mejor que si se mostrara. Y con eso me animo a meterme en la cabeza de su director, quien en este caso también es el responsable del guion, y en su ferviente decisión de no querer caer en lo mismo que denuncia.

Solamente me resulta incómoda la poca explotación del momento del despertar sexual de Ezequiel. Ese camino entre el temor y la incomodidad ante la mirada de los otros; su trance ante la explosión del deseo; el amor odio que habita en él hacia El Mono. El personaje seguramente elude los arquetipos propios de esa búsqueda, pero no se comporta de la misma forma en todos los individuos. La lógica no forma parte de las relaciones humanas y en este caso parece ser como que todo ya está dado.

El cazador habla de la ética propia, las decisiones que toma un adolescente entre lo que considera que es correcto y lo que no lo es. Cuánta libertad realmente tenemos en un mundo donde los límites de la intimidad no son tan claros y el deseo choca contra lo moral o legalmente permitido.