El caza recompensas

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Porque te quiero te arresto

Sólo 10 días después de su estreno en los EE.UU. llega esta nueva comedia protagonizada por Jennifer Aniston en compañía de Gerard Butler, un actor escocés al que le llevó tan sólo tres años (de 1997 a 2000) conseguir sus primeros protagónicos en Hollywood, y al que muchos recuerdan por el rol del rey Leónidas en la exitosa adaptación del comic 300. Encabezando el elenco, Aniston y Butler ayudaron a que El caza recompensas se lanzara en Norteamérica simultáneamente en más de 3 mil salas, y en su primer fin de semana en cartel recaudara 20 millones de dólares.

La presencia de Andy Tennant en la dirección lleva otra corriente de agua para el mismo molino. Para muchos, él es el reconocible director de éxitos como Sólo los tontos se enamoran, Sweet home Alabama, o Dos al precio de una, Por siempre jamás o Ana y el rey. Todas y cada una, películas simpáticamente fieles al molde de Hollywood, que entretienen, divierten y emocionan del mismo modo en que intenta hacerlo El caza recompensas.

La historia gira en torno a esta figura poco común que menciona el título, la de profesionales o semiprofesionales, muchas veces ex policías, que van detrás de las personas que desacatan citaciones de la ley para hacerlas comparecer delante de las cortes. El guiño en esta ocasión es que al perseguidor de turno (Butler, aprobado) le toca aprehender nada menos que a su ex esposa (Aniston, vigente), una inquieta periodista que además de tener una pésima relación con él, está detrás de un artículo que le redituará mucho prestigio, y por ello tiene una doble razón para no querer ser demorada.

Hay muchos diálogos humorísticos entre los ex amantes, la mayoría filosos, persecuciones, algunas trifulcas, y por supuesto algunos momentos románticos, cuando el dúo empieza a tomar conciencia de lo que siente el uno por el otro, para lo cual el guión hace hincapié en las dificultades de las personas para mostrarse vulnerables con sus afectos, la frecuencia con que se miente para no resultar herido en una relación, el orgullo que tantas veces se interpone en el contacto entre quienes se aman, y la que es casi una marca registrada del cine norteamericano: aquello de que siempre aparecen segundas oportunidades para reparar los errores.