El cavernícola

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

EL JUEGO LIMPIO

Es difícil no querer a las películas de Aardman: se ve tanto laburo artesanal en esas historias narradas con la técnica del stop motion y tanto cariño en personajes de una integridad total, que más allá de las fallas que pueda haber uno se encariña irremediablemente. Y esto es pertinente con El cavernícola, nuevo film dirigido por Nick Park (uno de los mandamases de la compañía de animación británica), que está lejos de las mejores producciones de la casa pero que igualmente tiene varios de esos elementos distintivos. Y esto es así porque desde Aardman entienden el arte de una manera y la trafican a lo largo de toda su obra, incluso contra la corriente.

Uno de los escollos principales de El cavernícola tiene que ver con su propia premisa: el film imagina a los cavernícolas como inventores del fútbol y a una aldea puesta en juego a partir de un partido entre hombres de la Edad de Piedra y de la Edad de Bronce. Está claro que el conflicto se da entre ciertas tradiciones y la modernidad, y uno puede hacer la traslación que quiera porque la metáfora es amplia. En lo concreto, a partir del protagonista Dug y su tenacidad para enseñarle el fútbol a los suyos y así poder derrotar a los hábiles de Real Bronzio, lo que hay es una defensa de lo artesanal y del juego en quipo, también de la inclusión a partir de la presencia de una chica muy habilidosa. Todo esto está bien y fluye adecuadamente con la historia. El problema es que la presencia del fútbol en el marco de una trama ambientada en la antigüedad, permite una serie de elementos anacrónicos dispuestos sin demasiada inventiva y con bastante obviedad. Los chistes, habitual fuerte de Aardman, se ven presos de esta noción anacrónica y la recurrencia a jugar con elementos contemporáneos reemplazados por cosas viejas resulta un tanto previsible. Por eso, mientras la película se va armando, el humor surge en cuentagotas. Y sumado a lo simple del recorrido (Aardman no busca la complejidad ni tiene la sofisticación de Laika o Pixar), se hace bastante difícil atravesar El cavernícola por un buen rato. Esto, sin mencionar el doblaje espantoso que llegó a estas tierras, con un villano que tira términos como “morfi”, “laburo”, y que habla de “vos”, generando un ruido bastante molesto con la narración.

Pero El cavernícola se sostiene con esa historia que se va construyendo de a poco y de fondo, y que explota en su última media hora. Ahí, cuando los “brutos” de la Era de Piedra y el Real Bronzio llegan al campo de juego, la dinámica del film deportivo encaja perfectamente con el relato de Park, y la película se vuelve un juego feliz y dinámico. Es ahí donde los personajes (especialmente los de reparto, que son bastante débiles) encuentran su justificación, porque sus mínimos actos se suman y contribuyen al triunfo del equipo, como en una perfecta metáfora futbolera. Y ya que hablamos de fútbol, es imposible no pensar en Metegol mientras uno ve la película de Aardman. No porque ambas sean animaciones y tengan a este deporte en el centro, sino porque El cavernícola entiende todo aquello que la película de Campanella no. En primera instancia los personajes del film de Aardman tienen algo por lo que luchar, algo real y tangible, y no son víctimas de ninguna nostalgia boba. Pero, fundamental, porque el triunfo se da de la mano del juego mancomunado y este llega por medio del esfuerzo y de aceptar las propias limitaciones.

Pero más allá de las incómodas comparaciones con el film argentino, El cavernícola justifica plenamente la inclusión del fútbol como eje temático y, especialmente, del film deportivo como regla narrativa y genérica. Así la enseñanza, que está presente y a veces se hace algo explícita, se pone a rodar en el verde césped y se convierte en juego.