El caso de Richard Jewell

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Clint Eastwood en esta última etapa, y la más madura de su carrera, que comenzó con Los imperdonables (1992), le gusta abordar hechos de la vida real estadounidense. Personajes de carne y hueso que tuvieron acciones heroicas, pero que para muchos -y para los medios o el Gobierno- tal vez no fueran tan así.

A Francotirador, Sully: Hazaña en el Hudson, 15.17: Tren a París y hasta La Mula ahora le sigue El caso de Richard Jewell, un agente de seguridad que en plenos Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, encontró una mochila sospechosa, que contenía artefactos explosivos en Centennial Park, alertó a la policía y salvó muchas vidas.

Lo dicho, Jewell era un héroe, hasta que dejó de serlo. Tres días más tarde, el FBI lo tenía como principal sospechoso. Ya se sabe: al primero al que se investiga es al que encuentra la bomba, el Atlanta Journal-Constitution decidió publicar la información que tenía y la vida de Richard pasó a ser un calvario.

"Este perfil generalmente incluye a un hombre blanco frustrado que es un ex oficial de policía, miembro del ejército o de la policía", un aspirante "que busca convertirse en un héroe”, dice Kathy Scruggs (Olivia Wilde), la periodista detrás de la bomba, en todos los sentidos que le quieran poner. Sus flirteos con el agente del FBI Tom Shaw (Jon Hamm, de Mad Men) dan indicios de que habría conseguido información precisamente a través de su relación con él, lo que generó una controversia mayúscula alrededor del filme en su estreno en los Estados Unidos.

Pero Eastwood pone la mira de lleno en Richard Jewell. Es más: como quiere limpiar el nombre del protagonista, decidió que el filme se titulara directamente como su personaje, para que todo el mundo lo supiera o lo recordase.

Pero Richard, como mal o bien decía la periodista, llenaba lo casilleros para ser sospechoso. Algo inocentón, un poco nerd, Richard fue denigrado varias veces, vivía con su madre y su físico –hombre blanco, excedido en peso- parece que lo convertía en el terrorista solitario que buscaba el FBI.

Eastwood confió en Paul Water Hauser, dándole el primer protagónico de su carrera al hombre que, sí, lo recuerdan como uno de los racistas de Infiltrado del KKKlan, y en Yo soy Tonya. Y está perfecto en su papel, ya que para los que no conocen la historia real, las dudas se mantienen sobre su grado o no de participación en el atentado.

El director de Río Místico lo rodeó de talentos. A los ya mencionados Hamm y Wilde, agreguen a Kathy Bates como la madre, en otra composición memorable de la actriz de Misery y Titanic, y Sam Rockwell, esta vez en un rol que se presume “bueno”, algo inhabitual en el ganador de un Oscar por 3 anuncios por un crimen.

El caso de Richard Jewell está no sólo bien contada, sino que mantiene en vilo y en tensión al espectador por más de dos horas. Las libertades creativas que se hayan tomado guionista y director no hacen a la cuestión cinematográfica, pero es difícil saber si la ficción superó a la realidad.