El caso de Richard Jewell

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

No es novedad que el cine de Clint Eastwood ya tiene una marca registrada, que no sólo el actor y director se ha convertido hoy en uno de los más prestigiosos autores dentro del cine americano contemporáneo, revisitando en cada nuevo trabajo, sus propias obsesiones y preocupaciones, sino que ya es dueño de un estilo propio que hace que apenas comience a desarrollarse la historia, ya no tengamos dudas de que se trata de una narración al mejor estilo Eastwood.
Como lo ha hecho en sus últimas películas, vuelve a tomar una historia basada en hechos reales como trampolín para volver a trazar una radiografía social sobre las propias contradicciones de un sistema imperfecto y corrupto: en este caso se ocupará del importante atentado ocurrido en el marco de los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996.
Centennial Park era el lugar destinado para aquellas actividades que se desarrollaban en forma paralela a los juegos olímpicos y justamente en ese parque, pasada la medianoche del 27 de Julio, Ricard Jewell da aviso de que ha encontrado una mochila con explosivos, oculta debajo de un banco.
La historia ha aparecido en las primeras planas y noticias alrededor del mundo, con lo cual al iniciar la historia ya sabemos que ese bolso explotará y dejará cientos de heridos más una víctima fatal. El hecho de que Jewell haya dado aviso oportunamente, permitió crear un cerco perimetral, pudo comenzar a evacuarse el multitudinario espacio y por lo tanto salvar una cantidad incontable de vidas y de esta forma, amortiguar el impacto de la tragedia. Esto lo convierte al protagonista de nuestra historia, casi de la noche a la mañana, en un héroe nacional.
Pero el relato tiene como principal objetivo mostrar como rápidamente esa construcción del héroe se desmorona a los pocos días cuando un artículo publicado en el periódico local, deja al descubierto que el propio Jewell ha pasado a ser, para el FBI, el principal sospechoso de lo todo lo acontecido y de esta forma se ha comenzado a cimentar fuertemente la idea de un terrorista solitario.
Eastwood inteligentemente arma el retrato del protagonista en la primera parte del filme, de forma tal de dejar al descubierto los puntos de la vida privada de los que se nutre el FBI para demonizar un inocente, desde las ambigüedades de un hombre adulto sumamente aniñado, con una madre sobreprotectora, su gusto por las armas, la caza y la figura policial y tomando como punto de partida el artículo firmado por Marie Brenner que hubiera sido publicado oportunamente en Vanity Fair titulado “Una pesadilla americana: la balada de Richard Jewell”, otra vez más vuelve a desnudar a la sociedad americana con todas sus imperfecciones y su feroz e incisiva autocrítica al sistema.
La construcción de un ídolo o un demonio según las necesidades de encontrar rápidamente un culpable aún con una marcada negación a la falta de pruebas o a aquellos elementos que señalaban a las claras, los errores que viciaban la investigación del FBI y por otra parte, la corrupción en los medios y la búsqueda de noticias que causen impacto a cualquier precio.
El entramado del caso, se “complica” más aún cuando la película pone al descubierto que la periodista que empuja el caso a la primera plana del diario local, Kathy Scruggs (interpretada por Olvia Wilde), había obtenido los datos del caso a través del vínculo que mantiene con el agente del FBI Tom Shaw (a cargo de Jon Hamm), intercambiando sexo e información confidencial.
Esto también permite que el guion de Billy Ray (guionista, entre otras, de la remake para Hollywood de “El secreto de sus ojos” de Campanella, de “Capitán Phillips” por la que obtuvo una nominación al Oscar y “Gemini Man” con Will Smith) muestre todos los repliegues de una historia en donde la mirada sesgada de una información y la manipulación, permita pivotar entre generar desde los medios la figura de un héroe nacional o la de un terrorista e instalarlo en la sociedad con igual facilidad.
“EL CASO DE RICHARD JEWELL” lo vuelve a encontrar a Eastwood trabajando sobre esa idea que ya había elaborado en “Sully” –aunque en este caso, el ritmo de thriller enmarcando la investigación le imprimía un registro diferente- y que en cierto modo también sucedía en “La conquista del honor”, sobre la reflexión de cómo se construye la figura de un héroe, aún con todos los dilemas morales que ello implica, y fundamentalmente en el uso / omisión de ciertos datos para favorecer / perjudicar, según convenga, a sus protagonistas y al entramado político que está detrás de cada caso.
Aquella idea de un hombre común en medio de una situación extraordinaria vuelve a estar presente y particularmente en esta ocasión, la ingenuidad y hasta cierta inmadurez de la que dota a Jewell durante toda la primera parte de la película hace que como espectadores, tomemos partido rápidamente apenas comienza a presentarse los elementos de la historia.
Esto se acrecienta más aún con el extraordinario trabajo de Paul Water Hauser (quien había tenido secundarios en “Infiltrado del KKKlan” de Spike Lee, “Late Night” o “Yo, Tonya”) quien con este protagónico absoluto logra dar con la fibra indicada, no sólo en su aspecto físico sino también en la construcción emocional al que lo muestra con todas las inseguridades, dudas y dobleces de su personaje.
Esta sensibilidad a flor de piel se potencia en las escenas que desarrollan ese patológico (?) vínculo que mantiene con su madre, interpretada por Kathy Bates, papel que le ha valido una nominación al Globo de Oro como mejor actriz de reparto, en donde la simbiosis que hacen en pantalla es verdaderamente formidable.
Completa el elenco otro excelente trabajo de Sam Rockwell como el abogado que acompaña a Jewell en todo su proceso judicial, en otro de los rasgos humanizadores que presenta la historia, otro de los casos reales que sirven para la radiografía implacable que traza Eastwood sobre estos tiempos que corren.