El caso de Richard Jewell

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

En la película que Clint Eastwood nos trae para este comienzo del 2020, se cuenta la verdadera historia del hombre que pasó de ser héroe a primer sospechoso por los atentados de los Juegos Olímpicos de 1996. Eastwood, con su habilidad conocida para contar a través de imágenes, retrata con precisión y de manera ágil el largo proceso al que Richard Jewell se ve sometido.
Richard Jewell es un muchacho solitario que todavía vive con su madre y que sueña con ser policía. No se lo suele tomar muy en serio y pasa de empleo a empleo, aunque gracias a uno de ellos conoce a un abogado independiente que lo trata “como a un ser humano”. De seguro no se imaginó que ese encuentro sería clave para lo que le tocaría vivir después.
En un empleo que le gusta porque lo acerca al oficio de policía que ansía, Jewell trabaja como seguridad durante los conciertos de los Juegos Olímpicos de 1996. Una de esas noches descubre una mochila sola y, por lo tanto, sospechosa.
Nadie cree que sea tan importante pero efectivamente se descubre unos explosivos que al menos, al ser descubiertos y tener tiempo de despejar un poco la zona, no causa mayores problemas. Este muchacho del que todos se burlaban pronto se convierte en un héroe.
Al menos hasta que el FBI lo investiga y descubre que su perfil coincide con el que ellos tienen como posibles sospechosos de este tipo de atentados: hombres perdedores, que viven con la madre, obsesionados con la fuerza militar, armados, solitarios. Y cuando a uno de estos investigadores (Jon Hamm) suelta la lengua con una periodista ávida de atención (Olivia Wilde), Jewell no tarda en ser el foco de una manera completamente opuesta a la que esperaba.
Ahí entra en juego aquel abogado de excéntrica personalidad interpretado por Sam Rockwell. Porque no se olvida de Jewell y porque confía en él, aun cuando tenga tantas posibilidades en contra. El otro gran sostén será su madre, con una maravillosa Kathy Bates. El film no juega con la tensión propia de saber si es o no finalmente Richard Jewell culpable, seguro porque, sobre todo en Estados Unidos, ya todos conozcan la historia.
Sino que la tensión y las emociones radican en todo lo que le pasa a este personaje, en este largo proceso en el que se ve envuelto. Ahí entra Paul Walter Hauser en la piel de este personaje, una especie de niño en el cuerpo de un adulto, que aguanta cada cachetada y que aun cuando suele tenerla siempre en contra intenta mantenerse del lado del gobierno y del FBI, porque admira y quiere ser como ellos.
Eastwood narra su película con mucho ritmo y sin descuidar a ninguno de sus personajes. Cada uno de ellos tienen sus momentos para lucirse y cada uno es un ladrillo imprescindible de la trama. Además maneja muy bien tanto las escenas más intimistas como las judiciales o mediáticas. “El caso de Richard Jewell” es una muestra más del talento y oficio de Clint Eastwood para contar historias de personajes que le resultan interesantes, y consigue que eso se transmita y contagie.
Es un film entretenido, atrapante y emocionante.