El candidato

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El marketing político del macrismo

Si hay algo de lo que carece el cine argentino actual es del sentido de la oportunidad, ese saber qué tipo de película puede “calzar” en determinado momento o situación de nuestro simpático país. Lo paradójico de todo el asunto es que en otros períodos de la industria -con una impostación verdaderamente ridícula a nivel del relato y muchas menos herramientas formales que hoy en día- sí se contaba con esta intuición a mitad de camino entre los campos de lo social y lo comercial: mientras que antes teníamos artesanos que narraban con todas las horrendas características del cine vernáculo del pasado (diálogos declamatorios, actuaciones exageradas, metáforas muy evidentes, poco desarrollo, etc.) pero a la vez conseguían productos que interpelaban a su época, hoy nos encontramos con cineastas que resolvieron aquellos dilemas aunque sin saber cómo hablarle de frente a nuestro presente.

La segunda película como realizador de Daniel Hendler, El Candidato (2016), funciona como una singular excepción dentro de este panorama y además supera con creces al opus anterior del uruguayo, Norberto Apenas Tarde (2010), y al desempeño promedio del señor en su rol de actor… mal que le pese a quien le pese. La propuesta que nos ocupa ofrece una experiencia rarísima para los estándares de las comedias locales, lo que no hace más que engrandecer el sustrato discursivo del film y sus intenciones paródicas para con el tópico en cuestión: el director y guionista se mete de lleno en la construcción comunicacional de la “campaña de lanzamiento” de un empresario devenido en político que se asemeja bastante a Mauricio Macri por su vacuidad, estupidez, corrupción, prácticas mafiosas y obsesión con el marketing basado principalmente en las redes sociales y las tristes encuestas de opinión.

Toda la trama se centra en una reunión durante un fin de semana en la casa de campo de Martín Marchand (Diego De Paula), el susodicho, en la que se intentará delinear los rasgos de los spots audiovisuales que servirán para situarlo dentro de la contienda electoral. Más allá del “no perfil” del candidato y la creación de sus preocupaciones/ plataforma básica como una ficción lisa y llana que busca un posicionamiento en lo que se considera un mercado y no una sociedad, la historia se explaya en el patetismo del protagonista, sus asesores, sus esbirros y finalmente los técnicos y publicistas que contrata para el armado general de la estafa pública, léase su candidatura. La contrafigura del relato, por llamarla de alguna forma, es Mateo Borrás (Matías Singer), un diseñador gráfico apolítico que en su levedad se da cuenta que no hay ningún contenido que rellene las imágenes y los eslóganes.

Entre el absurdo, la mundanidad y el humor negro, Hendler va redondeando una pequeña joya que coquetea con el minimalismo del indie norteamericano y aquellas comedias políticas de Europa de tiempos pasados. El realizador le saca el jugo al autoritarismo y los delirios de estos millonarios decadentes y anodinos, a los cuales a su vez sigue una horda de esclavos de distinta índole y un cúmulo de parásitos/ profetas de una comunicación cada día más devaluada, en la que la ideología está ausente y sólo prima la lógica de construir un perfil hueco para llegar al poder y hacer negocios personales valiéndose del Estado, los recursos del país y la suprema ignorancia de las masas locales. Aquí la sarta de mentiras y la manipulación se unifican con los tiempos muertos de estas camarillas a las que no les tiembla el pulso al momento de matar y que para colmo están infiltradas por rivales…