El canal del demonio

Crítica de Rosana López - Fancinema

UNA ENSALADA IRLANDESA

El canal del demonio es uno de esos estrenos atrasados que ya lleva dos años circulando por sitios de descarga web o con paso por festivales especializados en género de terror. Algo que sin dudas es visto con recelo por el fanático de este tipo de films, no sólo por la antigüedad de la pieza sino también porque su estreno comercial tiene cierto tufillo a ausencia de buenas propuestas actuales del género que desembarquen a la pantalla grande del país.

Desde Irlanda llega la quinta película de Ivan Kavanagh, un tipo obsesionado con la infidelidad femenina -así lo demostró en Tin can man (2007)-, quien en esta oportunidad ofrece un thriller psicológico donde David, el archivista de una filmoteca con una joven y bonita esposa y su pequeño hijo, viven “felizmente” en una casa vieja. Pero claro, ese mundo de ensueño familiar se ve interrumpido cuando nuestro protagonista descubre la doble vida de su mujer y luego la desaparición de ella. Su fantasía se derrumba por completo y es acusado de principal sospechoso. En paralelo irá descifrando durante su jornada laboral unas cintas antiguas de principio del Siglo XX que tienen como epicentro un asesinato múltiple cometido en su propio hogar.

El primer cambio que se nos presenta en El canal del demonio es una película que borda el drama convencional para gradualmente introducirse en el misterio casi policial. Hasta allí todo bien. Luego se volcará a la paranoia obsesiva que nos hace acordar al personaje de Sam Neill de En la boca del miedo, claro que sin nunca estar a su altura narrativa. Es a lo largo de esta transición que el film comienza a atrapar al espectador de forma cautelosa.

Pero con la aparición de fantasmas en su hogar con desvergonzadas secuencias calcadas a La llamada, esta película pierde su decente “esplendor”. El canal del demonio peca al introducir un popurrí de subgéneros de terror -casas encantadas, seres andróginos, fenómenos paranormales, fantasmas estilo japonés-, donde esta abundancia y mezcla desconcierta sin aportar a la historia. Y esto es una lástima porque las locaciones de barrio obrero irlandés con su canal -y esa es la palabra que da sentido a la película- de agua frondosa que atraviesa la ciudad, los pastizales a lo largo y esos baños públicos llenos de roña y graffiti son los que generan el clima ideal de misterio y terror. Sin embargo, esto es desaprovechado por los múltiples focos de atención que propone el director.

Realmente como espectadores no sabemos de dónde proviene el mal: si de afuera (factor externo social o el “ello”), si de adentro del “hogar maldito” (el yo que incluye y rodea el entorno más inmediato) o de la locura postraumática de viudez que atraviesa David (súper yo más profundo e intimista). Y ese desconcierto y desequilibrio psicológico sirve pero no alcanza.

Kavanagh quiso que su película de terror lo tenga todo, tal vez para no caer en los arcos de la predictibilidad; para homenajear a cintas asiáticas; al furor de alucinaciones oníricas que James Wan logró con la destacada La noche del demonio; o al misterio de vecindario o propio hogar que se guarda tras las paredes como en Ecos mortales. Y así podría seguir con un sinfín de películas que guardan paralelismo y dejan a El canal del demonio carente de cierto clima original pese al entretenimiento que aporta.

Lo cierto es que el cine de terror irlandés es aún joven y está comenzando a abrirse al mundo. Por una parte, rivalizando con una experimentada Inglaterra pero por otra, destacándose con la bandera que el pionero y reconocido director Neil Jordan supo sentar en ejemplos destacados desde el folklore de “cuentos de hadas”, como En compañía de lobos (1984), hasta el vampirismo actual en Byzantium (2012) sobre un pueblito costero. Parece que el secreto es no salirse de los relatos autóctonos ni de los paisajes de la tierra de tréboles, aprovechando ese frondoso material y agregando algo moderno si se quisiera. Pero nunca copiando al otro.