El campo luminoso

Crítica de Diego Maté - Clarín

Un filme sobre otro filme, con resultados sorprendentes

El director repite la travesía de “Tras los senderos del Río Pilcomayo”, película sobre los pilagá, pueblo originario del Chaco formoseño.

En 1920, un equipo sueco llega a la Argentina con la tarea de documentar la vida de los pilagá, el pueblo originario. El producto de la travesía larga y ardua al Chaco formoseño fue Tras los senderos indios del Río Pilcomayo, filme construido a partir de los rollos que sobrevivieron al viaje, montado y estrenado en Estocolmo recién en 1950.

Pero quedó otro testimonio, el diario personal de Gustav Emil Haeger, militar a cargo de la expedición, quien tomó notas de todo lo que vio. La empresa de los suecos fue uno de los últimos coletazos del espíritu expansionista del siglo XIX, que aunó el impulso colonialista con el gusto por lo exótico y lo desconocido.

Más de cien años después, El campo luminoso, de Cristian Pauls, que puede verse todo el mes de agosto en el Centro Cultural San Martín, repite la travesía con otros fines: saber qué fue de los descendientes pilagá, pueblo que después de la masacre de Rincón Bomba en 1947 se dispersó hasta eclipsarse de la Historia.

El director Cristian Pauls (Por la vuelta) viaja por los mismos caminos que sus antecesores suecos junto a una lingüista experta en el idioma pilagá.

La pregunta inicial por la lengua del pueblo cede ante la presión de otros temas: los nietos de los pilagá que pudieron escapar de la matanza del 47 llevan una vida muy distinta a la de sus antepasados, de los que sólo parecen sobrevivir el lenguaje, las historias escuchadas y algunos rituales.

La película opera en el intervalo: mientras que la expedición de Haeger, cautivada por el exotismo de la región y sus habitantes, busca una tribu ancestral totalmente ajena a las costumbres europeas, Pauls y su compañera de viaje, en cambio, encuentran a familias donde la tradición parece haberse fundido irremediablemente con otras instituciones culturales como la escuela, la Iglesia católica o hasta el psicoanálisis (una entrevistada interpreta un sueño refiriéndose al “subconsciente”).

La película repone planos de Tras los senderos indios del Río Pilcomayo y fragmentos del diario de Haeger. El filme cavila sobre esos registros, y la reflexión conduce (no podía ser de otra forma) a los autores de los mismos. Los rollos filmados por el cineasta del equipo sueco registran tanto el mundo circundante como el punto de vista del camarógrafo y, por extensión, de toda una civilización.

El director señala que la visión de los suecos está configurada inevitablemente por los presupuestos de la época: en el grupo de Haeger, entonces, el impulso de capturar un resto de vida primitiva, en estado salvaje, antes de su desaparición, es inseparable del proyecto del positivismo europeo.

Con potencia propia
Esa caracterización de los registros de la expedición sueca no le impide al filme apropiarse de la potencia del material fílmico y del diario personal de Haeger. Las observaciones de este último, leídas en sueco, le imprimen a las imágenes de Pauls una atmósfera sobrecogedora, que bascula entre la perplejidad y la maravilla (a esto contribuyen mucho los pasajes que se escuchan de Parsifal, de Wagner).

Las notas de Haeger muestran un estupor mudo, sin adjetivos, ante un mundo para él inaccesible. Hay allí un atisbo de sublimidad, un asombro a lo Herzog, que desborda la psiquis y los sentidos de quien lo experimenta.

Las palabras del militar sueco resuenan en los planos filmados en el presente y sugieren tantas distancias como insistencias. El campo luminoso muestra un respeto discreto por sus fuentes, sean los registros de la expedición como los testimonios de los descendientes pilagá.

Interesado en el misterio de una tradición y de sus vaivenes en el tiempo, Pauls elude tanto la corrección política como el paternalismo que suelen contaminar estos temas.

Al final, la película hace silencio y muestra fragmentos del filme original: el efecto es la conmoción producida por una alteridad irreductible y fatalmente perdida. Las imágenes no muestran a un “otro” idealizado, domesticado en nombre de la diversidad, sino las costumbres insondables de un pueblo cuyo misterio el director se niega a explicar.